20.3.07

Poemario de las islas /3


Oír llover y callarse. Dejemos
que hablen las horas, el cielo
plañidero, el pasado de los otros.

Sentarnos sobre la media mañana;
que nos mareen las olas del faro,
los coches, los pasos, las banderas.

Cerrar los ojos y dormir. Sentir
el susurro de los siglos, el agua
deslizándose en caricias sobre el agua.



Chania, Creta, 26 de Enero de 2003.

11.3.07

"Edvard Munch" de Peter Watkins.

Se trata de una película sobre la que había leído críticas muy elogiosas en la prensa francesa hace un par de años. Me pareció curioso encontrarla en las estanterías de películas copiadas de Pekín -en realidad no debería sorprenderme a estas alturas, pues aquí encuentro con regularidad pequeñas joyas inencontrables en Europa gracias al azar de un sistema de copia sistemática e indiscriminada. Se trata, por supuesto, de un film biográfico que retrata a Edvard Munch a lo largo de toda una época de su vida, entre su juventud en Cristiania hasta el principio del éxito crítico tras años de peregrinaje por toda Europa.


El contenido es interesante, pero lo que realmente sorprende de esta película es el método narrativo. Watkins reduce al mínimo posible el trabajo de convertir la realidad (mejor dicho, lo que sabemos o creemos saber de la historia real de Edvard Munch) en ficción, es decir en personajes, diálogos, escenas y, a fin de cuentas, invención, puro cuento. Una voz en off casi omnipresente, la del propio Watkins, nos presenta el contexto social, histórico y cultural en que desarrolla cada parte del film, desde la opresión religiosa y moralista de la burguesía de Cristiania hasta el Berlín de los años treinta, dándonos el tipo de información que muchos films históricos meten con calzador a través de un personaje secundario o de decorados en segundo plano. La puesta en escena histórica es meticulosa desde el punto de vista del vestuario, los escenarios y el ambiente en general, dando una curiosa sensación de realidad. Las "escenas" en que dos personajes dialogan son raras y, en muchas ocasiones, Watkins hace que los personajes hablen directamente a la cámara, recitando un artículo de prensa de la época, un extracto de un diario íntimo. La cámara, por su parte, filma de un modo sucio, algo nervioso y confuso, muy alejado del estilo sobrio y monumental de la mayor parte de films históricos. Es decir que estamos ante un cruce de documental y ficción consagrado a un esfuerzo de reconstitución histórica.


El resultado es magnífico. Por lo menos en una parte importante del metraje, pues hacia el final la retórica del artista marginado por la sociedad burguesa represiva se vuelve pesada y algo repetitiva. Y es que el film es de 1974. Sin duda, muchos de ustedes, al leer la descripción que he dado del estilo Watkins, habrán pensado en un nuevo avatar del movimiento
Dogma, una modernez más. Nada más lejos de la realidad: Watkins fue un precursor, un revolucionario que ha quedado olvidado en un rincón de la historia. Desde los años sesenta, con varios films para la BBC sobre batallas históricas que la cadena nunca emitió por su sesgo claramente anarquista, hasta una reconstitución moderna de la Comuna de París de 1871 realizada hace unos años para ARTE, Watkins ha sido un experimentador del cruce entre dos vocabularios distintos: la ficción y el documental. Su estilo no sólo no ha envejecido, sino que en mi opinión es más de actualidad que nunca, más necesario que nunca para dar respuesta a las interrogaciones del cine contemporáneo, las del cine digital al alcance de todos, el cine atomizado e individualizado, que tiene entre sus manos la posibilidad única de crear un nuevo lenguaje, en lugar de imitar al cine institucionalizado de ficción y sus mecanismos archiconocidos.


Ciertamente, el de Watkins es un cine más bien frío y cerebral, pero tiene una característica que lo hace muy humano y que permite que su esfuerzo de reconstitución haga vivir una experiencia, no sólo de manera racional, sino también por un medio mucho más sensorial, apelando a nuestro subconsciente. A través de un uso muy poderoso del montaje, Watkins va acumulando las capas de experiencia, que, en su opinión, debieron de marcar la psicología de Munch y, en particular, aquellas que a nosotros, desde el siglo veinte/veintiuno, más nos cuesta entender. Por ejemplo, la tuberculosis que le hacía escupir sangre de niño y se llevó a varios de sus hemanos, vuelve constantemente a lo largo del metraje, así como otros elementos que se van añadiendo y acumulándose cual bola de nieve. Esos recuerdos quee marcan su vida y su psicología vuelven una y otra vez a través de flashes rápidos, como lo hacen en la realidad, como imáegenes que Munch va ruminando, masticando sin llegar nunca a tragárselas.


Me he quedado francamente sorprendido por la fuerza del cine de Watkins. Él mismo es un genio que, para realizar su obra, ha tenido que vagabundear por todo el mundo, cambiando constantemente de país (Inglaterra, Estados Unidas, Suecia, dianamarca...), enfrentándose en todas partes a moralismos y convencionalismos, así como a la obligación de hacer cine que tenga alguna posibilidad de generar ingresos. No es de extrañar que hiciera un film tan convincente y poderoso sobre otro genio ignorado.

8.3.07

Poemario de las islas /2


Me ahogo en el mar, cálido
y tormentoso, de mis ojos. Cada
viaje es un paseo en mi laberinto.
Cada sol, un faro en movimiento.
Me pierdo en mi casco viejo,
me pierdo y le tengo respeto
a mi propia catedral. Todo paso
es un salto ciego, cuando se ha
perdido el mapa del alma.



Chania, Creta, 26 de Enero de 2003

4.3.07

Pekín, año menos uno.


Hace una semana, Misara y yo volvimos a una zona de Pekín que habíamos visitado unos meses antes y nos había dejado estupefactos. En el centro de la capital, entre la Plaza de Tiananmen, al norte, y el Templo del Cielo, al sur, kilómetros cuadrados de barrios tradicionales, los "hutong", están siendo derruidos en masa para ser reemplazados por centros comerciales, hoteles y torres modernas de viviendas, como ésta en la que vivo. Según he oído decir, este barrio popular se formó a lo largo de los siglos, al sur de la puerta de Tiananmen, por la acumulación de gente que vivía de la cercanía del emperador, amurallado en la Ciudad Prohibida, a la que se sumaban los visitantes venidos de toda China, que podían esperar durante meses obtener una audiencia con el propio emperador o algún alto cargo a su servicio.



Los "hutong" corresponden en apariencia a la idea encantadora que se puede hacer un turista de Pekín: largas calles estrechas y silenciosas, recorridas por una vida lenta y apacible, de vecinos de toda la vida, formando una modesta cuadrícula en el interior de inmensas manzanas, bordeadas por anchas avenidas, donde reina el ruido de los motores y de los cláxones. Sin embargo, al meter la cabeza por alguna de las entradas colectivas, que llevan a varias casas a la vez, uno no puede menos que sentir tristeza, si no repulsión, por las condiciones de vida en que viven los habitantes de los encantadores "hutong": literalmente hacinadas en escasos metros cuadrados, familias enteras malviven sin agua corriente, sin calefacción ni refrigeración, en medio de la suciedad y el polvo, en casas (por llamarlas de alguna manera) apenas preparadas para el rudo invierno del norte de China. La insalubridad campa a sus anchas. Es posible que la revolución comunista tenga algo que ver: antes, una parte del espacio estaba ocupado por casas tradicionales, los Siheyuan, amplias, en los que vivían familias de potentados, en tres o cuatro pabellones dispuestos alrededor de un patio común. Con la expulsión de lo señoritos y la colectivización, el espacio ha ido dividiéndose en mitades, cuartos, octavos, dieciseisavos... hasta llegar a la fragmentación actual, una materalización pesadillesca del sueño del reparto equitativo de las propiedades: una más.



Unos cientotreinta años después de que Haussman destrozara sistemáticamente el París medieval para trazar con regla anchas avenidas por la que el tráfico pudiera fluir y en las que se pudiera controlar al agitado pueblo parisino, setenta después de que Mussolini destrozara otro barrio medieval al sur del Capitolio para hacer emerger los restos de la antigüedad que subrayaran la línea histórica que unía a la antigua Roma con el fascismo, Pekín está realizando su propio "sventramento", siguiendo la ley de hoy, la única que vale: la del mercado. Pueden decirle ustedes a los plutócratas del Partido en la municipalidad de Pekín que los "hutong" son el máximo activo turístico de la ciudad, que su conservación es una cuestión de memoria histórica, las cifras siempre ganarán: para qué dejar que sigan malviviendo unos pocos miles de chinos sobre terrenos por los que cualquier promotor pagaría una fortuna, puesto que sobre cada metro cuadrado construirá veinte, treinta, cuarenta pisos de lujo.



Pero en esto, como en todo, hay que distinguir entre clases. Los terrenos más cercanos a Tiananmen, han merecido una atención particular y, sobre los escombros de los "hutong" se construirá un dédalo de casas tradicionales chinas, de apenas cuatro pisos, nuevecitas, pero con techo en forma de pagoda, bordeadas de calles adoquinadas y que serán restaurantes, hoteles y tiendas de lujo. Un amigo francés me comentaba que había conocido al "hijo de puta" de su compatriota responsable de esta atrocidad: un promotor francés que se enorgullecía de defender el "patrimonio arquitectónico chino" (a la derecha, en el link al blog Un Oeil sur la Chine podeis encontrar un post al respecto). Más al sur, en cambio, cerca del Templo de Cielo, las torres se elevarán como champiñones.



A esta última zona nos dirigimos Misara y yo. En un "hutong" aún en pie, hablamos con algunos habitantes: dentro de cinco meses, se van a una casa, lejos, muy lejos, pero nueva y grande, mejor que aquí, me dicen. Después, nos dirigimos al campo de escombros que veis en las fotos. Un barrio entero derruido. Aquí y allá, las baldosas de una casa siguen ahí, algunos muros incongruentes que no acogen sino desolación, una fuente inopinada de agua escupe un chorrillo constante. Una casa sola sigue en pie, hay incluso luz en su interior. La gente de la zona sigue usando el antiguo barrio como lugar de paso, algunos hombre merodean a la búsqueda de objetos útiles en medio de los escombros, algo que se puedan llevar en su carrito sobrecargado y vender a alguien, algún día.

Ellos también desaparecerán, como el mercado callejero que bordea las ruinas, como la memoria de los siglos acumulados en aquellos "hutong", todo desparecerá en el deseo de tienen esta ciudad y este país de desembarazarse de un pasado gris para abrazar el futuro, a toda prisa, al ritmo de las excavadoras.



Las fotos que aquí veis las hizo Misara aquel día. Si quereis ver más, visitad su blog de fotos, La Pupila al Rojo:

http://lapupilaalrojo.blogspot.com