26.10.08

Sobre el precio de la rúcula y la tangibilidad de las armas: Obama y el elitismo de la izquierda.

Uno de los pocos momentos de la ya larguísima campaña de Barack Obama que son universalmente considerados como erróneos tuvo lugar en San Francisco en el mes de abril de este año. Allí, el entonces candidato a candidato a la Casa Blanca dijo que los votantes rurales americanos en estados como Pennsylvania, se "agarraban a las armas, a la religión o a la antipatía hacia personas que no son como ellos", como consecuencia de la amargura que crea la situación económica en que se encuentran. Hace poco, hablando con el periodista Matt Bai, Obama admitía que lamentaba esa frase más que ninguna otra que hubiera dicho a lo largo de la campaña. Para explicar lo que quería decir, Obama se lanza en un curioso razonamiento.

Todo el mundo sabe que San Francisco es un bastión liberal, cuna del movimiento de defensa de los derechos de gays y lesbianas, una ciudad que lo demócratas nunca pierden y una de las bases más izquierdistas del país. Pero no todo el país es así. Hablando ante tal público, Obama quería hacerles entender porqué los demócratas han perdido dos veces ante un candidato como George W. Bush. Los demócratas se han mostrado incapaces de entender a la clase trabajadora americana, en particular a los votantes rurales. En lugar de dar lecciones sobre lo que los demás deben pensar o creer, los demócratas deben empezar a dejar de tratar la religión como si fuera una peste, ser más comprensivos con el movimiento pro-vida y con el derecho a la auto-defensa. El candidato demócrata quería dar lecciones a su propia base, explicar porqué pensaba hacer lo que ahora hace: ir a las zonas rurales blancas del centro del país, explicar que él no es un liberal sofisticado y altivo como los dos candidatos anteriores y que está dispuesto a luchar por su voto, algo que ni Al Gore ni John Kerry hicieron. Obama está dispuesto a entender a los que defienden su derecho a tener armas: "Si desde que eras un niño, tu padre te ha llevado a cazar y eso forma parte de tu identidad y te da una sensación de continuidad y de estabilidad que no te puede dar tu vida económica, pues eso va a ser algo bastante importante" y luego añade "and rightfully so", expresión ambigua con la que Obama viene a decir que tienen razón al querer tener armas, pero adoptando el punto de vista subjetivo de esas personas, no en términos absolutos.



Parece complicado, pero es sencillo. Obama está simplemente diciéndole a su propia base que tiene que entender que necesita ganar las elecciones con un cierto margen y que para ello tiene que abandonar algunas de sus reivindicaciones más importantes, aquellas que están basadas en los valores específicamente liberales, a saber el derecho al aborto, la negación del derecho a las armas y la exclusión de la religión de la esfera pública. Al mismo tiempo, sin embargo, no quiere dar a entender que cree en esas ideas que tiene que defender para ganar votos, por lo que recurre a esta especie de subjetivismo absoluto.

Si lo observamos desde un punto de vista estratégico, tiene toda la razón. La guerra de culturas (o de valores) no es una invención de la izquierda, sino de la derecha. En lo años sesenta, durante los mandatos de Kennedy y Lindon Johnson, América vivió una época de extensión de derechos individuales y del Estado del bienestar. Como partido de la clase trabajadora, los Demócratas querían que todo el mundo tuviera derecho a una cobertura sanitaria y que el Estado hiciera lo posible por ayudar a los marginados y a los pobres, pero también que los excluidos -los negros, en particular- entraran en la igualdad de derechos con el resto de la sociedad y que se extendieran derechos como el divorcio o el aborto. Pretensiones perfectamente coherentes desde el punto de vista de un progresista, pero en ellas Nixon vio una contradicción que explotó con brío. Nixon entendió que, al intentar hacer avanzar la sociedad hacia posiciones novedosas, los demócratas estaban perdiendo apoyo entre su base más evidente, la clase trabajadora blanca, que es esencialmente WASP y conservadora. Fue entonces cuando el partido republicano inventó la guerra de culturas, intentando hacer entender que ellos eran el auténtico partido de la clse trabajadora, puesto que pensaban como ellos, mientras el Partido demócrata era un grupúsculo de liberales elitistas salidos de Harvard que quieren ir por ahí dando lecciones a todo el mundo, diciéndoles lo que tienen que pensar.

Así se ha establecido en Estados Unidos un mapa electoral extremadamente fijo, casi inamovible, en el que los demócratas se llevan unos pocos estados muy urbanos y poblados en las costas este y oeste mientras que los republicanos barren decenas de estados rurales y poco poblados en el centro. Así se ha creado un statu quo que nadie ha parecido querer comprometer hasta ahora, de modo que los candidatos rara vez hacían campaña en lo estados considerados intocables y todo se decidía siempre en un puñado de "swing states". La cosa ha reportado muchos más beneficios a los republicanos, que han ganado cinco de las últimas siete elecciones (Reagan 1980, 1984, Bush Sr. 1988, Bush Jr. 2000, 2004), mientras que los demócratas sólo han ganado dos (Clinton 1992, 1996), pero los demócratas parecían incapaces de resolver un dilema imposible: alcanzar el voto indeciso o conservador sin perder un ápice de movilización de su propia base. La estrategia de Bush (la estrategia de Karl Rove, en realidad) se basaba en una movilización extrema de su propia base lo que ha dado lugar a una de las presidencia más conservadoras de la historia.

Lo que Obama ha entendido mejor que nadie es que la gente está harta de esa guerra heredada de los años sesenta y que los Bush y los Clinton personificaban de manera tan clara, cada uno desde su bando. De ahí su promesa de cambio, su compromiso de ir más allá de las políticas partidistas y ser un presidente para todos. La máquina perfectamente engrasada de su campaña ha añadido un factor esencial para realizar su sueño: una cantidad de dinero que supera con creces todo lo que ha tenido a su disposición cualquier candidato anterior y que le permite abrir oficinas y hacer campaña en estados en los que los candidatos demócratas llevaban décadas sin adentrarse, sin por ello poner en peligro los estados tradicionalmente demócratas.

El problema es que, al contrario que Bill Clinton, Obama no puede fiarse de su carisma personal para atraer el voto de la clase trabajadora blanca. La batalla de las primarias con Hillary Clinton dejó clarísimo que Obama tenía un problema de imagen en ese electorado, que no entiende su estilo distante y frío, sus disquisiciones cerebrales. En una ocasión, cuando quiso demostrar que entendía el problema de la inflación citó la subida del precio de la rúcula, una hierba desconocida para la inmensa mayoría de los americanos más allá de los restaurantes italianos finos, y sus intentos de hablar como la plebe suelen acabar en desastre. Y, bueno, es negro, pero no pienso que sea el elemento central. Le falta esa afabilidad, esa desbordante humanidad de Bill Clinton, ese gusto por las hamburguesas y los deslices. Callando sobre las cuestiones de valores, concentrándose en la economía ("It's the economy, stupid") Clinton, que provenía de una familia pobre, podía llevarse con su sólo carisma una parte del electorado de clase trabajadora blanca que había fallado a los demócratas en otras ocasiones. Obama es carismático, vaya si lo es, pero no es el tipo de carisma que seduce a ese electorado.

Para ganar esos votos, Obama ha tenido que ir allí físicamente, estar presente, una y otra vez y ceder en algunos de los elementos clave, en particular el aborto y las armas. En un mitin en Septiembre en Lebanon, Virginia, lo repitió una y otra vez "Sólo quiero que esto quede absolutamente claro, vale? No quiero que haya ningún malentendido, de modo que cuando todos nos vayamos a casa y habléis con vuestros amigos y ellos digan "ése me quiere quitar mi arma", vosotros lo hayáis oído aquí ... creo en la segunda enmienda. Creo en el derecho legal de la gente a llevar un arma. No os voy a quitar vuestras armas." Cuando habla del aborto, Obama es en extremo cuidadoso, siempre empieza diciendo "Es una cuestión muy compleja" y afirma que todos los puntos de vista valen, que todo el mundo tiene razón de alguna manera y que ha habido un exceso en considerar el aborto como algo positivo cuando en realidad es un drama personal.

Sí, Obama claudica. Es difícil saber si él cree que se deberían prohibir las armas o si cree en el derecho al aborto, pero quiere ganar estas elecciones y quiere sinceramente que la gente entienda que él es capaz de entenderles. Una vez presidente, cuando tenga que tomar decisiones, no será tan relativista y es probable que sea un presidente muy liberal, sobre todo si tiene el congreso de su lado. Puede que tenga razón al meter en el cajón temas que llevan décadas envenenando la política estadounidense, impidiendo concentrar las elecciones en cómo sacar a ese país adelante en un contexto de profundo cambio económico. Es como si dijera: "Mira, vamos a dejar esto de lado y hablemos de las cosas que nos afectan cada día".

15.10.08

Un pequeño ejemplo de la imparcial cobertura de la política internacional en la prensa española.

Hace unos días comentaba con sorna que para los estadounidenses el mundo exterior es poco más que un campo de batalla en potencia, pero me he topado hoy con la oportunidad de señalar algo que (en sentido inverso) me crispa en extremo: la despreocupación con que los medios de comunicación españoles toman partido y se olvidan totalmente del rigor y la objetividad al cubrir la política internacional.

En este caso, se trata de la cobertura que El País está haciendo de la campaña electoral estadounidense. Por alguna razón, desde un principio, el periódico tuvo clarísimo que "su" candidato era Obama y no ha cesado de presentar la evolución de la campaña como el camino histórico de un candidato único, víctima de oscuros tejemanejes de sus contricantes. El lector de El País no ha podido entender nunca que Obama puede perder las elecciones, no sólo porque sea negro y el suyo sea un país racista, sino también porque es un candidato imperfecto, a pesar de sus muchas cualidades; tampoco ha tenido acceso a aspectos de su personalidad que podrían no gustarle, como su profunda religiosidad o su apoyo a la pena de muerte.

Quisiera dar un ejemplo de ello en un artículo de hoy aparecido en elpais.com. Es, en realidad, un pequeño deliz de lenguaje, pero se me antoja en extremo significativo. El artículo trata sobre los últimos sondeos, que empiezan a dar a Obama una ventaja realmente significativa (15 puntos). Tras exponer los datos, se afirma textualmente:

"Estos datos no hacen sino confirmar la idea que va calando entre el electorado de que Obama es el mejor candidato para sacar al país de la grave crisis financiera en la que está sumido."

Bien. Es evidente que los que los sondeos pueden estar indicando es que los americanos empiezan a pensar seriamente que Obama está más preparado que McCain para afrontar la crisis. Los sondeos, por el contrario, no nos pueden indicar que, de hecho, Obama está más preparado que McCain. Eso no lo sabemos, es opinable. Por lo tanto, la frase debería ser:

"Estos datos no hacen sino confirmar que va calando entre el electorado la idea de que Obama es el mejor candidato para sacar al país de la grave crisis financiera en la que está sumido."

Lo que se "confirma" es que esa idea "va calando entre el electorado". En la frase original, "los datos confirman que Obama es el mejor candidato", señalando de paso que esa idea "va calando entre electorado". Se trata simplemente de un pequeño error.

Con toda probabilidad, en la relectura, el autor no se haya dado cuenta del error porque en su mente no hay error: los datos confirman que Obama es el mejor. Así, se ha pasado de la opinión a la afirmación con gran facilidad.

14.10.08

Philip Roth, "Everyman" ("Elegía")

Hace unas semanas terminé, más bien decepcionado, la lectura de "Everyman" de Philip Roth, uno de sus últimos libros. Vaya por delante que soy un gran admirador de este escritor y que es probablemente el mejor autor vivo que he tenido la oportunidad de leer.

Nota: Este libro no es el origen de la reciente película de Isabel Coixet, "Elegy", que está basada en otro libro de Roth, "The Dying Animal"/"El animal moribundo". Por alguna razón, Coixet no mantuvo el título de libro original y fue a escoger el título en castellano de otra novela del mismo autor.


De Roth me gustan sobre todo esos grandes frescos políticos sobre la América que él ha conocido, esas historias que son a la vez el relato de personas que, siendo culpables de ciertos crímenes o delitos, acaban siendo condenadas por razones absurdas, llevados por la corriente inexorable de la Historia, que para avanzar necesita condenar a víctimas y encumbrar a héroes. Me refiero a esa gran trilogía que constituyen "La mancha humana", "Pastoral americana" y "Me casé con un comunista", tres auténticas joyas. En la misma vena, me encantó el ejercicio de contra-historia de "El complot contra América".

Pero Roth también escribe otro tipo de libros, más personales, más centrados en su propio ego, en los problemas de un intelectual judío y urbano que no consigue encontrar la paz en una pareja estable y acaba recluido en una soledad voluntaria que, en el fondo, no desea. Ya "El lamento de Portnoy" (1969), el libro que le lanzó a la fama, era un ejercicio de psicoanálisis cáustico y auto-paródico, con toda la batería de adolescencia masturbatoria, madre dominante, padre fracasado y docenas de amantes, cada una más histérica que la anterior. Un libro divertido, pero algo cargante. Quizás haya envejecido mal, ahora que ya no está cubierto por la pátina del escándalo.


"Everyman" pertenece a esta categoría. El tema central es el miedo a la muerte de un hombre mayor, de edad y características similares a las del autor. Ya lo era en "El animal moribundo", pero en aquél la obsesión del protagonista por su propia muerte queda ridiculizada, empequeñecida por el descubrimiento final, que daba al conjunto del libro una inmensa fuerza narrativa, basada en la paradoja. Era un libro bello, a base de contrastes. "Everyman", en cambio, avanza a tientas, sin un giro potente, sin mecanismo narrativo alguno. Su obsesión por la muerte lleva al protagonista a la reclusión, pero también a sufrir patéticamente la soledad de esa reclusión. Ve morir a gente a su alrededor, gente de su edad, lo cual le sumerge en los recuerdos y le lleva a repasar un recorrido bastante banal de divorcios e infidelidades. Tan banal que el propio narrador acaba admitiendo que no hay nada nuevo en lo que está contando. El libro acaba en el cementerio, en una visita a la tumba de sus padres.

Philip Roth no es ningún aprendiz y cualquier libro suyo tiene cualidades, empezando por esa prosa, sencilla, directa, vigorosa, envolvente. Hay unas cuantas escenas que están por encima de lo que escribe casi cualquiera, incluyendo el final en el cementerio. También es fascinante la galería de trabajos artesanos que Roth ha ido desglosando para los diferentes padres de sus protagonistas, todos situados en la misma ciudad de Newark de su infancia: en este caso, se trata de un joyero/relojero. Siempre es encantador el amor con que Roth explica el oficio de esos artesanos, como hizo con la fábrica de guantes de "Pastoral americana". No faltan tampoco los puntos de humor brutales, como cuando el protagonista se empieza a cansar de su amante, una escultural modelo danesa mucho más joven que él y empieza entender que "ella no era solamente un agujero"


Pero todo esto me hace volver al post sobre David Foster Wallace que escribí el mes pasado con motivo de su muerte inesperada. En su artículo sobre los autores que él llamaba Great Male Narcissists, Wallace atacaba sobre todo a John Updike, pero también a Philip Roth, listando toda una serie de defectos que se podrían encontrar en este libro: el egocentrismo, el deseo sexual como tema central y repetitivo, esas historias tan centradas en el ego que parecen ignorar al mundo que nos rodea, la infinita presunción de suponer que porque escribes bien, tus problemas de próstata nos deberían interesar. En "Everyman", hay páginas enteras dedicadas al dolor de saberse impotente, a la inexplicable necesidad de ser infiel, a la serie de operaciones quirúrgicas en la vida del protagonista... bien escritas, pero pesadas.

Yo creo que esos temas pueden dar un buen libro, pero "Everyman" da la impresión de acabar donde empezó, de no tener otra razón de ser que la propia masticación del miedo y los arrepentimientos.

11.10.08

"Mafioso" (1962) de Alberto Lattuada.

Gracias al buen gusto y al afán metódico de la Criterion Collection he descubierto una pequeña joya olvidada de uno de los géneros cinematográficos más inimitables (y mal imitados), la comedia italiana de posguerra, si bien es posible que algunos en España la recuerden, pues fue Concha de Oro de San Sebastián. Alberto Lattuada, que murió hace tres años, es uno de los grandes olvidados del cine italiano, sin el reconocimiento internacional de su amigo Fellini (con el que co-realizó varias películas), de los neorrealistas, con los que no se identificaba, o de los existencialistas como Antonioni o Visconti.


Y sin embargo "Mafioso" es una gran película, certera, inteligente a rabiar, divertidísima y políticamente valiente. Comienza como una comedia de costumbres para convertirse en una pesadilla de corte surrealista. Un siciliano que se ha instalado en Milán y trabaja diligentemente en la Fiat, vuelve tras muchos años por primera vez a Sicilia, con su mujer y dos hijas, las tres monas y rubitas. Orgulloso de demostrar en su persona que un humilde inmigrante del sur (un "terrone") puede, a pesar de los prejuicios del norte, ser tan preciso como un reloj suizo, el protagonista (encarnado por un inmenso Alberto Sordi) hace todo por ser un hombre moderno, racional y ordenado, un hombre de la Italia industrial y democrática.

La llegada a su idiosincrásico pueblo natal, tras un viaje de varios días en tren, y sobre todo a su casa familiar, está mostrada en una secuencia que resume la quintaesencia de la comedia italiana de costumbres: trufada de bromas sobre las diferencias norte/sur, de clichés, ruidosa, llena de conversaciones inacabadas y presentando toda una galería de personajes hiper-caracterizados (la hermana bigotuda, la madre silenciosa y desconfiada, el padre manco). Al final de la secuencia, Sordi rompe a cantar en siciliano, coreado por toda su familia. Esos minutos son de por sí una pequeña obra maestra del género que nos hace creer que estamos en terreno familiar, que nos podemos estirar en el sofá y disfrutar de una comedieta sin pretensiones.


Pero en realidad "Mafioso" es el primer film de la historia de Italia que se atrevió a hablar directamente de la mafia y adopta para ello un método narrativo dual. De la comedia de costumbres, la película desliza poco a poco hacia una sombría comedia negra, apuntalada por un tono surrealista y por una estética tomada del cine negro americano. Esa dualidad es la del protagonista, que al volver a la tierra parece caer en un hechizo y olvida poco a poco sus pretensiones racionalistas para entregarse al código de vida siciliano, el del honor, el silencio y el respeto por la voluntad del Don. Sordi encarna a perfección esa transición, jugando magistralmente con los acentos y los gestos, sobre todo en la escena en que coge una pistola en un banco de feria y, concentrado en una especie de éxtasis ridículo y subconsciente, acierta a todas las dianas.


Algo antes, la hilarante secuencia en que su padre, un octogenario manco y esquelético, se enzarza a ostias con otro octogenario que parece un sosia suyo porque le ha llamado "cornuto", nos empieza a indicar hacia qué territorio nos quiere llevar Lattuada, el de un surrealismo pesimista que debe mucho al Buñuel mejicano. Y sin embargo, recibimos la secuencia final con un sentido de incredulidad expectante. Encargado de matar a un hombre, Sordi es metido en un paquete de mercancías, que a su vez viaja en un avión de Alitalia hasta Nueva York, donde es llevado a un hotel en el que le muestran imágenes del hombre que debe matar, conducido a la peluquería donde éste se encuentra y, una vez el trabajo hecho, metido de vuelta a Sicilia en el avión. Rodada con sombras cortantes y planos asfixiantes inspiradas del cine negro de los cincuenta, la secuencia consigue sin embargo una comicidad macabra, apoyada en la incredulidad. Y sin embargo, uno no puede evitar creer que estas cosas ocurren de verdad.


Para hablar de la mafia en Sicilia, Lattuada no olvida la necesidad de entender mejor a esa sociedad: así, en una escena interesante, el Don explica a un diputado porque el Estado no puede tomar decisiones en lugar de la mafia, pero sobre todo el director subraya la pobreza, la emigración de los jóvenes y el paro (que el padre de Sordi llama "estar sentado"). En una secuencia también teñida de surrealismo, el grupo de amigos de Sordi que se han quedado anclados en el pueblo, intercambian en la playa reflexiones propias de un grupo de intelectuales de izquierdas instruidos, usando palabras sofisticadas para hablar en realidad de su propia ociosidad y de su interminable frustración sexual. Sordi llega y les relata una de las muchas pasiones sexuales que vivió con mujeres milanesas antes de casarse, pero ellos no le escuchan; se han quedado embobados, babeando ante la visión de la mujer de su amigo, la única en toda la playa que se permite enseñar las piernas y las curvas de su cuerpo. Al verles, ella, inocente, quiere unirse a la conversación, pero él se la lleva, temeroso de lo que puedan hacer esos animales desesperados. Creo que esta escena demuestra que la película no es sólo una crítica de la mafia, sino es un esfuerzo sincero por entender las contradicciones de la sociedad siciliana.

Es posible que esta historia macabra de un hombre inocente que se ve metido en un mundo absurdo, obligado a hacer cosas absurdas, les recuerde al cine de Berlanga o a las películas españolas de Marco Ferreri. Nada más normal, el guionista no es otro que nuestro Rafael Azcona.