22.3.20


“Death is the sanction of everything the storyteller can relate.” Reading Walter Benjamin, I thought about the polemic attack launched by Martin Scorsese against the Marvel franchise movies. “What’s not there”, he wrote, “is revelation, mystery or genuine emotional danger. Nothing is at risk.” According to Benjamin, in the framework of a novel, “the meaning of one’s life can be deduced only from one’s death.” He compares the reading of a novel to a log consumed by fire: “what draws the reader to the novel again and again is its mysterious ability to warm a shivering life with death.” If death is what lends meaning to the stories told in fiction, it is quite appropriate that Scorsese made those remarks right when he had released a movie that is built on death. “The Irishman” is unlike any of his other movies in that violent death is not the end of the story: we are dragged along until every character dies, many of them of natural death, old age, senility. The movie is above all a meditation on the closeness of death, which Scorsese and his cast clearly feel. That’s the revelation, the mystery in this movie: we all die, even those who have made their life killing others (“painting houses”) and have escaped a violent death. Even they die, and they have to go with the burden of what they did, with the guilt that their daughters who are ashamed of them put on their shoulders. “Goodfellas” leaves Ray Liotta living a boring life, under a false name, after he had turned against his band. Not in “The Irishman”: here we get to see everyone die and that’s what lends it meaning. Scorsese has often been accused of aestheticising violence, but death in this movie is absolutely unglamorous, it’s palpably filthy, has a smelly breath. In a Marvel movie, on the contrary, violence is always present, but death does not exist and that’s why “nothing is at risk”. Even if a character dies, the audience knows it can come back if the movie is successful enough, if a spin-off is deemed appropriate by marketing specialists. I think that’s why I find them so boring, a good story requires the shadow of death to draw us in. #walterbenjamin #thestorytelleressays #nyrb #martinscorsese #theirishman #robertdeniro #joepesci #goodfellas #marvelmovies #nothingisatrisk #towarmashiveringlifewithdeath

6.6.12

Ficción e Historia, 3 caminos: Cercas, Vargas Llosa y Laurent Binet.

Leyendo estos días "La fiesta del Chivo", un novelón (publicado en 2000) del peruano Mario Vargas Llosa, me he dado cuenta de que en mi mente representaba algo así como el vértice más clásico de un triángulo completado por otros libros recientes: "Anatomía de un instante" de Javier Cercas y "HHhH" del francés Laurent Binet. Cada vértice es una vía posible en el esfuerzo por reconciliar Historia y ficción.

De hecho, más allá de las muy aparentes divergencias, los parecidos entre las tres obras son profundos, todas tienen un mismo objetivo: rendir homenaje a los héroes que pusieron valientemente su vida en riesgo para acabar con regímenes dictatoriales y sangrientos en sus respectivos países.


"La fiesta del Chivo" es la minuciosa reconstrucción del asesinato del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo por parte de un grupo de enemigos del régimen, todos asqueados por sus inconcebibles excesos y dispuestos a entregar su vida por salvar el futuro de su país. En el útlimo tramo del libro, la inhumanidad de los suplicios a los que son sometidos por el hijo del dictador muerto, Ramfis, los convierte en algo más que heroes: en mártires.


"HHhH" es el fruto del deseo del autor, Laurent Binet, de rendir homenaje a los resistentes checoslovacos que atentaron contra una de las grandes figuras del régimen nazi, Reinhardt Heydrich. El título es el acrónimo de una frase en aleman que circulaba por los pasillos del régimen: el cerebro de Himmler se llama Heydrich. Heydrich, el ideólogo de la Solución Final, era uno de los mayores ejemplos de crueldad calculada del régimen y, bajo su dirección, toda Chequia estaba terrorizada. Aquí también, el final del libro está dedicado a la lenta muerte de los héroes, esta vez no bajo la tortura, sino encerrados en una iglesia, resistiendo hasta el último minuto.


Cercas, por su parte, dedica "Anatomía de un instante" a tres figuras que, durante toda la transición de España hacia la democracia y en particular durante la tentativa de Golpe de Estado del 23 de Febrero de 1981, se mantienen firmes en su heroica obstinación por sacar a España de décadas de autoritarismo y aislamiento: Adolfo Suárez, Santiago Carrillo y Manuel Gutiérrez Mellado. En cierto sentido, Cercas arregla cuentas cosigo mismo, pues admite de entrada cuánto despreciaba a Suárez en su juventud y cuánto le admira ahora con la perspectiva del tiempo y el conocimiento de los hechos. "Anatomía de un instante" nos recuerda que el 23-F no fue un anécdota folclórica en el apacible camino de la Historia de España, sino el momento definitivo en que todo se decidió y nos recuerda también que esos tres hombres, que fueron los únicos que se mantuvieron en pie en el hemiciclo a pesar de los disparos, eran conscientes de que podían morir allí mismo, en pocas horas y que su actitud fue, hablando con propiedad, heroica.

Lo que me interesan son, claro, las diferencias en el modo de tratar temas similares con intenciones similares. Todo radica en torno a la cuestión de la fidelidad a los hechos y el respeto por la Historia. Laurent Binet es el que se plantea la cuestión de modo más directo, casi diría inocente: cómo atreverse a poner palabras en la boca de Heydrich, cómo pretender penetrar la mente de ese sádico, poner en escena sus gestos. Qué insulto a las víctimas, a la gravedad histórica de lo ocurrido aquellos años, qué fradulenta concesión a la frivolidad de la ficción entendida como entretenimiento. Binet opta por la vía post-moderna más sencilla: mientras el autor/narrador se plantea todas estas dudas, sigue contándonos la vida de Heydrich y de sus asesinos, manteniéndose por lo general en el plano de lo documentable. Sin embargo, de vez en cuando, se deja deslizar hacia esa vergonzosa ficción que él mismo execra, sólo para luego arrepentirse, llegando hasta afirmar que no sabe si mantendrá en la versión final del manuscrito la escena que acabamos de leer. De este modo, "HHhH" se convierte poco a poco en un divertidísimo ejercicio de malabarismo narrativo, donde la naturaleza exacta de lo que estamos leyendo queda alegremente indefinida y la cuestión de la legitimidad del uso de la ficción para la reconstitución de la Historia queda permanentemente en el aire. Mientras tanto, esa versión deformada, ornamentada, de la Historia sigue avanzando, algo lastrada por el uso frecuente de clichés en los pasajes "novelados", pero apasionante a fin de cuentas. El último tramo del libro es palpitante, pero lo cierto es que "HHhH" es poco más que un divertido número de elasticidad intelectual.

El retrato de Heydrich que se deforma en la portada francesa de "HHhH"

Leyendo "La fiesta del Chivo", las dudas del autor/narrador de Binet me volvían una y otra vez a la cabeza. Este novelón histórico que se lee de corrido, como si de un policaco se tratara, no muestra dudas al avanzar por su recto camino, el de la novela histórica más clásica. En vargas Llosa, la profundidad del trabajo de documentación, que se refleja en la precisión de los hechos, da al autor una especie de permiso moral para inventar todo aquello que no se puede documentar. De tal modo que sabemos tanto el modelo del coche en que Trujillo fue asesinado como el último pensamiento de uno de sus asesinos al morir bajo la tortura. Hay cosas que, evidentemente, Vargas Llosa no pretende saber: simplemente se las inventa, intentando hacerlas creíbles, por ese escrupuloso respeto a la Historia y a sus víctimas que Binet la acusaría de traicionar. De tal modo que no podía evitar sentirme incómodo a la lectura del libro, pues nunca podía saber qué se había inventado y qué era cierto y he pasado luego mucho tiempo en internet intentando resolver esas dudas. ¿Por qué es tan importante distinguir lo real de lo inventado? porque gran parte de la fascinación que ejerce el libro se debe a la consciencia de su realidad historica (Dios mío, cómo es posible que esto realmente ocurriera); al mismo tiempo, la otra consciencia, la de que una parte del libro es pura invención mengua esa fascinación.

Imágenes de Trujillo, tal y como lo describe con frecuencia Vargas Llosa.

Y así llegamos a Cercas. Quizás lo más curioso de "Anatomía de un instante" es la apertura del libro, en la que el autor afirma que había escrito toda una novela histórica sobre el 23-F, sólo para, a última hora, deshecharla por completo y aprovechar todo el material acumulado apra escribir este libro. "Anatomía de un instante" no es ficción, no tiene un gramo de ficción, es puro documento (o por lo menos lo pretende), si bien su escritura es literaria en el sentido de que tiende a interpretar los hechos de una manera personal, a veces incluso poética o metafórica. El autor expone lo que conoce de una manera clara, apasionante, y nos indica los límites de este conocimiento. No sabe lo que pensaba Carrillo cuando oyó los gritos de Tejero, pero se lo imagina y presenta varias hipótesis. No sabe con exactitud que ocurrió a tal hora en tal regimiento, pero expone los hechos verificables, las suposiciones lógicas y nos presenta, con franqueza, lo que él cree que pudo haber ocurrido. En otras palabras, Cercas renuncia a la fuerza narrativa de la ficción y su libro no se lee de corrido como una novela policiaca (de hecho tiende a ser repetitivo, a pesar de ser una lectura fluida y agradable), pero nos atrapa con la fuerza de la verdad y nos avisa debidamente cuando deja volar su imaginación y la nuestra.

Los héroes del 23-F: Suárez bajando la escaleras y Gutiérrez Mellado, zarandeado.

Esta opción del escritor español tiene muchas ventajas. En "La fiesta del Chivo" hay un momento en que la fuerza narrativa se desinfla alarmantemente y hace que el lector pierda mucho interés que el libro le ha despertado y mntenido hasta entonces. Se trata de la fase política del complot contra Trujillo, que se viene abajo porque el Ministro de las Fuerzas Armadas, líder en la sombra del Golpe, no hace nada de lo que se suponía que tenía que hacer una vez muerto Trujillo. La cuestión es que no sabemos por qué, nadie sabe ni sabrá nunca por qué. Si hay una respuesta clara a esa pregunta, se la llevó él mismo a la tumba, si es que Ranfis permitió que su cadáver fuera enterrado después de meses y meses de las vejaciones más crueles que se puedan imaginar (no voy a dar detalles). Ahí, Vargas Llosa se ve atrapado: siente que no puede inventarse un motivo específico porque sería alejarse demasiado de lo documentable, pero esa falta de concreción causal no casa nada con la lógica de conjunto de su libro, esa infalible arquitectura narrativa, sólida y ejecutiva. En ese tramo de libro, la falsedad de la novela histórica me saltó a la vista y la vocecilla insidiosa de Laurent Binet se me metió en la oreja: qué fraude.

Con el "método Cercas", "La fiesta del Chivo" no habría tenido ese problema. Es perfectamente posible que el autor peruano hubiera sacado mejor provecho de su ingente documentación sobre la muerte de Trujillo renunciando a las falsedades de la novela histórica y escribiendo un libro de naturaleza documental que se permitiese lanzar hipótesis cuando se internase más allá de lo documentable. Habría sido, también, un homenaje más limpio a las víctimas de ese terrible régimen.

14.5.12

"Open City" de Teju Cole.

"Open City", que será publicado en castellano por Acantilado en Septiembre 2012, no es ni una novela, ni un ensayo, ni un libro de memorias. Es un híbrido bastante inclasificable, lo cual, dicho sea de paso, no constituye en sí una gran novedad. Hace ya mucho tiempo que las barreras estrictas entre géneros empezaron a quedar caducas a la hora de clasificar las obras literarias más interesantes. Muchas veces es precisamente esa falta de respeto por las fronteras entre géneros lo que las hace realmente apasionantes.
Este libro es lo que a los críticos anglosajones les ha dado por llamar "novela post-colonial", como "Netherland" de Joseph O'Neill, simplemente porque refleja lo que es evidente en todas las grandes ciudades del mundo occidental, la abigarrada mezcla de lenguas, gastronomías, culturas y colores de piel que constituye el paisaje que muchos de nosotros atravesamos cotidianamente. En este caso, para más inri, tanto Cole como el alter ego que protagoniza y narra la obra, Julius, nacieron y se criaron en Nigeria, pero viven y trabajan en Nueva York y han asimilado la cultura occidental hasta el punto de conocerla con gran profundidad, sin por ello haber dejado de lado ese rumor de fondo de la cultura africana en la que se arraiga su infancia.

"Open City" es una narración primorosamente escrita, con una prosa culta pero fluida y con un sentido del detalle que abre los ojos ante situaciones y cosas aparentemente banales. Durante casi todo el libro, la trama brilla por su ausencia, por mucho que algunos críticos se hayan esfozado en poner de relieve la fuerza de la construcción de la obra. En realidad, el conjunto del libro no se sostiene por una construcción sólida sino por el poderío de la prosa y las permanentes ocurrencias del autor, siempre interesantes, con frecuencia hipnóticas. Los paseos por los distintos barrios de Nueva York llegan a ser fascinantes sin que en realidad le ocurra nada ecepcional a Julius: es simplemente su capacidad para poner el dedo sobre los misterios que nos rodean y para hacernos compartir su inmensa cultura sin parecer (excesivamente) pedante. La estancia de Julius en Bruselas, donde llega en busca de su abuela sin realmente buscarla en ningún momento, es un típico ejemplo de falso conato de trama narrativa. En realidad, en Bruselas (ciudad en la que resido y que Cole retrata magistralmente: no deja de llover ni un momento en varias semanas) Julius simplemente continúa sus reflexiones y se deja llevar por encuentros azarosos para añadir una capa más a su retrato del mundo después del 11 de Septiembre.

Probablemente sea en el tramo de Bruselas donde la sombra de W.G. Sebald se hace más palpable, pues el autor alemán describió la ciudad en varios de sus libros, subrayando la locura de la construcción del Palacio de Justicia e interpretando la grisura de la capital belga como una especie de penitencia por los crímenes del Congo. Sebald es, en todo caso, la referencia ineludible de Teju Cole y lo cierto es que "Open City" palidece en la comparación con "los Anillos de Saturno", por no hablar de "Austerlitz". Una de las claves del éxito literario de Sebald reside, en mi opinión, en su obstinanción por evitar convertir al narrador en protagonista. El narrador de Sebald se pasea y nos muestra lo que ve desde un punto de vista subjetivo, pero evita en todo momento desarrollar esa figura para convertir al narrador en personaje y a través de él alimentar la trama. Cole, sin duda preocupado por los efectos nocivos que la ausencia de trama puede tener en el lector, no puede evitar caer en la tentación de hacer de Julius algo más que un simple observador. Por un lado, eso permite introducir con naturalidad algunos de los mejores momentos del libro, compuestos de recuerdos de infancia en Nigeria (cuántas veces me ha parecido que los mejores momentos de un libro son los recuerdos de infancia...), que son conmovedores pasajes llenos de fuerza. Por otra lado, ese afán por fabricar un personaje y una trama le lleva a introducir con calzador a un personaje femenino sin sustancia (una chica que se cruza en Nueva York, a la que conoce de su adolescencia en Nigeria), sólo para al final del libro dar un golpe de efecto narrativo que sorprende y deja al lector un poco K.O., pero que, a fin de cuentas, resulta futil. Puestos a hacer un libro tan sebaldiano, Cole podía haber respetado las reglas del juego y no desviarnos hacia derroteros tan ajenos a la naturaleza de esta literatura.


Pero no seamos injustos: "Open City" es un muy buen libro, una primera obra realmente sorprendente y estimulante, que no puedo menos que recomendar vivamente.

9.3.12

"Nemesis" de Philip Roth.

Como ya he tenido la ocasión de comentar en este blog, soy un gran admirador de las grandes novelas de Philip Roth, pero también un crítico despiadado de las novelillas personales que han caracterizado su última fase. Hace poco, en un interesante documental sobre él, tuve ocasión de oírle comentar que está ya, físicamente, demasiado cansado para emprender la escritura de un novelón como "Me casé con un comunista". Hay que resignarse, pues, a que en esta última fase, Roth no entregue más que novelitas.


Pero lo importante no es la extensión de la obra, sino la temática que trata y la pasión que transmite. Si "Everyman" era una especie de confesión a medias, donde el autor se desnuda y se esconde a la vez, "Nemesis" es, como la mayoría de sus grandes obras, una reconstrucción historica de un aspecto de la América de su infancia. Estamos en Newark, de nuevo, verano de 1944, una epidemia veraniega de polio, una terrible enfermedad para la que aún no se había encontrado vacuna y que todos los veranos provocaba grandes daños en el país.

Roth crea aquí a uno de sus personajes más potentes. Mr. Cantor, el joven profesor de educación física, no es particularmente inteligente, pero es fuerte y dinámico, concienzudo y bien intencionado. Quiere ayudar, quiere asegurarse de que hace lo que es justo, lo que tiene que hacer, en cada momento. En cierta medida, recuerda a otros personajes de Roth, aquellos que están más alejados del arquetipo de Portnoy, aquellos que son más físicos, más moralistas, como el protagonista de "Me casé con un comunista" o, con frecuencia, los distintos padres que Roth da a sus alter egos. Sobre la sólida base de ese personaje, claramente delimitado y a la vez profundamente rico y complejo, Roth construye, pieza a pieza, con paciencia y con una seguridad y una mano firme insultantes, un magnífico cuento moral, cuya moraleja se encuentra escondida en el título y en las primeras páginas del libro.

Extrayendo sangre a un niño con polio - Alfred Eisenstaedt/Time & Life Pictures/Getty

"Nemesis" es una obra magnífica. Sólo un narrador tan experimentado y lleno de recursos como Philip Roth podía haber escrito una pequeña joya como ésta, que atrapa desde el primer momento y emociona de principio a fin. A veces, sólo a veces, tiene uno la sensación de que hay algo impostado y falso en el maniqueísmo con el que presenta los personajes y las cosas que la narración manda que deben atraer a Mr. Cantor: parece como si nos delizáramos hacia un idealismo de cuento infantil. Pero ese maniqueismo se debe entender desde la percepción del protagonista, no desde el punto de vista del narrador ni del lector; además, casi nunca faltan los brochazos siniestros que confieren a la narración la profundidad que necesita.

"Nemesis" es, pues, una pequeña gran novela, una versión abreviada de sus obras maestras, otra maravillosa alegoría sobre Estados Unidos en menos de 300 paginitas.

28.2.12

"Tu rostro mañana" de Javier Marías.

He acabado "Tu rostro mañana" y me siento casi vacío. La lectura es tan larga y absorbente que crea la agradable sensación de estar en compañía, de invitar cada noche a casa a un amigo particularmente erudito para que te cuente las historias que conoce y comparta contigo sus disquisiciones filosóficas.



Tengo una historia complicada con Marías. A pesar de nuestra tirria común hacia Mourinho, sus artículos dominicales en EPS, con sus filias, sus fobias y sus generalizaciones presuntuosas, tienen la curiosa virtud de crisparme. El primer libro que leí, "Todas las almas" (que se puede considerar ya una suerte de prólogo de "Tu rostro mañana", lo que es "El Hobbit" para el "Señor de los anillos", salvando las distancias), me encantó por el estilo, por la extraña melancolía que destilaba, por su sorprendente final, por Toby Rilands. Sin embargo, los siguientes libros que intenté leer (sí, varios) se me caían de las manos; su estilo me parecía inútilmente enrevesado, y se encuentran en la corta lista de libros que he abandonado. Sin embargo, por recomendación de mi padre, me compré la edición de "Tu rostro mañana" en un sólo volumen, me lancé a su lectura y me hechizó immediatamente. 1300 páginas de disfrute permanente.

Es difícil explicar el placer de la lectura de esta obra. Está, como he dicho, la erudición, los ilimitados conocimientos, pero también el sentido del detalle, la permanente y extraña comicidad de las cosas, el placer de insertar gotas de cultura popular en ese maremágnum de alta cultura. Al cabo de 400 páginas nadie pensaría que el libro pudiera enganchar por su trama, pero es justamente lo que empieza a ocurrir, primero de manera sutil, insidiosa, luego con la brusquedad de la escena clave, que pone en juego, absurdamente, una espada medieval en un lavabo de paralíticos de una discoteca londinense. El último tomo es aún más absorbente que el resto y el cierre de la trilogía es sublime.


El estilo de Marías es radicalmente personal. No hace concesiones: o se toma o se deja. Yo soy de los que lo toman, como un sediento en el desierto. A lo largo del libro (no es una trilogía, es un solo libro en tres tomos), Marías va sembrando ideas, hilos de los que tira durante varias páginas y que resume en una alegoría, como la del cerco de la mancha de sangre que aparece en el primer tomo y retorna permanentemente (el cerco que parece no querer desparecer por mucho que se frote, el empeño por permanecer, por dejar rastro, por demostrar que se ha exisitido y, por el otro lado, el empeño por hacerlo desaparecer, de modo que nunca haya existido, aunque haya existido), dándole cada vez una interpretación o una aplicación ligeramente distinta, enriqueciéndola, dándole espesor y profundidad. Y cada vez es una sorpresa, una delicia.

Según él mismo explica, Marías escribe con brújula, sabiendo hacia dónde se dirige, pero sin un plan preconcebido o una idea clara de lo que va a ocurrir. Por supuesto, eso no significa pura improvisación: cualquiera que haya escrito una novela sabe que el próximo capítulo te persigue todo el día, en la ducha, mientras te afeitas, en el metro, te des o no cuenta y, cuando te sientas a escribir, muchas cosas se han aclarado en tu cabeza, de modo que no estás realmente improvisando, sino aplicando un plan que vagamente has definido. Sin embargo, ese placer de dejarse llevar por la escritura es palpable a la lectura y se hace contagioso, "engaging", se diría en inglés. También explica que no corrige nunca la primera versión de lo que escribe. Revisa varias veces cada página; sin embargo, una vez que la ha dado por buena, no se permite volverla a tocar. Eso implica que no "puede" volver atrás para corregir elementos que no le convienen de lo que ya ha escrito, que le molestan para coger al dirección que le apetece tomar. Se ve "obligado" (por su propia volutnad, entendámonos) a buscar otra solución, a asumir lo que ha hecho. Es como la vida, según sus propias palabras: si te has casado mal con veinte años no puedes volver atrás y deshacerlo, tienes que vivir con ello. Este aspecto técnico lo he sabido sólo después de leer el libro, pero también es palpable en el resultado, la sensación permanente de que hay que vivir con lo que tenemos.



La mezcla de la erudición, de la fluidez parsimoniosa de la escritura, de la inconfudible comicidad, del carácter particular del narrador (con sus opiniones bien formadas y politicamente incorrectas), de los apasionantes temas tratados (grandes temas literarios: el olvido, el odio, la violencia, la traición) y de los periodos históricos sobre los que se extiende (la Guerra Civil, la II Guerra Mundial, las leyes raciales nazis, el espionaje inglés de la guerra y la posguerra, la represión franquista...) covierte esta lectura en una experiencia única e irrepetible. Una obra maestra, un objeto no identificado de gran literatura, inclasificable, inolvidable.