2.3.06

A la manera de... Italo Calvino (1)

La Città e il cielo
Al terminar la Guerra Civil,
el nuevo monarca echó
a la tribu de la ciudad,
culpándolos de la masacre:
tenían barbillas puntiagudas,
un acento resbaladizo,
eran cultos y sabían negociar.
El patriarca dijo a su gente:
"Sé dónde debemos ir
para construir nuestra
propia ciudad." Nueve días
marcharon, con sus noches,
hasta que, bajo el sol de la tarde,
inclemente en la árida meseta,
encontraron un magnífico roble.
A su sombra, una gata majestuosa,
de raza indefinida, yacía.
El patriarca se acercó a la gata,
que le miraba fijamente,
y la siguió con mansuetud.
Unos metros más allá, se detuvo
la gata y golpeó por tres veces
con su cola un punto en la arena.
El patriarca entendió; dijo a su gente:
"¡Cavad!" y a los pocos metros
encontraron agua.
La gata caminó unos metros más,
se detuvo y, mirando al patriarca,
alzó su graciosa pata y mostró
en un amplio gesto
la extensión de los campos.
El patriarca se arrodilló, olió
el terreno y supo que aquella
tierra, que había creído yerma,
era inmensamente fértil.
Dijo a su gente: "Aquí
contruiremos nuestra ciudad.
Esta gata será nuestro Dios."
La tribu se instaló y, a los pocos
meses, la gata parió una camada:
nueve machos y nueve hembras.
La concepción fue un milagro,
pues no había gatos en la ciudad.
La tribu veneró a toda la descendencia.
Pocos años después, vivían en la ciudad
quince gatos por cada hombre.
Los hombres debían alimentar
a los dioses antes que a sí mismos
y muchos morían de hambre.
Nadie podía tocar a los dioses
y se debía atender a cada uno
de sus caprichos: molestaban
a trabajadores y mujeres.
La tribu intentó construir un barrio
sólo para los dioses, pero fue
en vano. Más tarde, se les hizo
un Palacio, pero fue en vano:
los dioses vagaban por la ciudad
a su antojo. Los hombres vivían
en la desesperación.
Esperaban que el moribundo
patriarca les indicara qué hacer.
Al expirar, dijo a su gente:
"Esta ciudad no nos pertenece.
Los dioses han querido que la hagamos
para ellos. Esta ciudad es divina,
el hombre no tiene lugar en ella.
Debeis partir y venerarla
en la distancia"
Así fue cómo la tribu emprendió
un nuevo éxodo. La ciudad fue
la morada de sus dioses y en cada
gato que veían, leían un signo
divino.
Naxos, Grecia, 12 de febrero de 2003

4 comentarios:

Anónimo dijo...

TRANSLUCIDO:
Gracias, Nacho, por este precioso cuento mitológico. Lo que a mi me gustaría saber es si, como (¿desgraciadamente?) suele ocurrir en este tipo de historias, la ciudad de los gatos era bella ¿lo era? ¿puedo imaginarla con la magnificencia de una ciudad zapoteca: cómo la ciudad del monte Alban, por ejemplo, rodeada de valles fecundos, que precisamente se conoce como la “ciudad en el cielo”- y que sólo terminaron habitando los dioses de Oaxaca? ¿o cómo un zigurat, templo-come ciudades que nace de ellas para terminar fagocitándolas, como en tu cuento?:
Integrados en las primeras ciudades, uno de los templos comunes a las culturas de la antigua Mesopotamia, es el zigurat. Con forma de una pirámide escalonada, el diseño de un Zigurat va desde una simple base con un templo en lo alto, hasta las maravillas matemáticas y arquitectónicas con varias terrazas rematadas con un templo. Los Zigurats no eran el lugar en que se realizaban actos públicos o ceremonias sino que se les consideraba la morada de los dioses. Gracias al Zigurat, los dioses podían estas cerca de la gente aunque sólo los sacerdotes tenían acceso al interior del Zigurat para atender a las necesidades de los dioses, lo cual hacia de ellos un elemento poderoso de la sociedad. Si en un principio los zigurats estaban integrados en las ciudades, más tarde pasaron a construirse totalmente aislados.

¿Y si la imagino como una...?

...Qué pérfida es la belleza.

Anónimo dijo...

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