18.11.09

"Jeff in Venice, Death in Varanasi" de Geoff Dyer.

Tras leer varios comenarios muy positivos en la prensa anglosajona (en este link el de James Wood en el New Yorker), me decidí a leer el último libro del británico Geoff Dyer, "Jeff in Venice, Death in Varanasi" (Jeff en Venecia, muerte en Benarés). Practicamente desconocido en España, Dyer es una figura importante del mundillo cultural y periodístico de Londres, donde escribe con frecuencia para diferentes publicaciones sobre arte, literatura y viajes.

En el libro (y, según parece, en toda su obra), Dyer pone en escena a un personaje que se parece mucho a sí mismo: un periodista cultural, algo vago, al que le gusta el alcohol y nunca dice que no a un poco de droga, autocompasivo y con un evidente síndrome de Peter Pan que le empuja a llevar con cuarenta y tantos años la misma vida que llevaba veinte años antes. Pero sobre todo, Dyer (y, por extensión, su personaje) es un tipo muy inteligente, siempre capaz de desplegar un amplio abanico de referencias acertadas e interesantes, que sabe (como buen inglés) reirse de sí mismo. Dyer es un atractivo diletante, el hombre sin "gravitas" que siempre es capaz, tras un párrafo agudo y profundo, de rematar con un "vaya pedantería acabo de soltar..."


Este libro son en realidad dos libros que tienen entre sí algunas conexiones, que hacen que sea coherente presentarlos juntos. Dyer pensó en subtitularlo "un díptico", pero según dice "eso era demasiado pomposo incluso para mí" y finalmente el libro se subtitula "una novela". Yo, la verdad, habría preferido que quedara más claro desde el principio que las dos historias eran realmente autónomas, pues leí buena parte de la segunda esperando expectante una continuación de la primera, como leyéndola en falso.

La primera parte ocurre en Venecia, durante la Biennale de 2003. Jeff, el trasunto de Geoff, acude mandado por una revista de segunda fila, deseando ver las exposiciones y sobre todo, acudir a la fiesta para ponerse ciego. Allí conoce a una joven americana, con la que pasa unas noches de sexo y drogas. En el momento de separarse, Jeff entiende que siente por ella algo más profundo que simple atracción física. Aparte de eso, en las 150 páginas de "Jeff in Venice" no ocurre mucho más en términos de trama argumental, pero es más que suficiente, porque su descripción de Laura y del modo en que su relación se va desenvolviendo despierta en el lector la curiosidad necesaria para que no le molesten las largas descripciones y disquisiciones sobre la ciudad y las menudencias de su día a día allí. Ciertamente, los diálogos entre Geoff y Laura suenan algo falsos (los diálogos no son el punto fuerte de Dyer), como si Laura no fuera más que una proyección de la mente calenturienta del protagonista y dijera justo lo que un hombre esperaría que dijera, pero ese defecto queda compensado por otras virtudes, bastante raras, como unas descripciones muy directas y crudas de sus relaciones sexuales, que se encuentran entre las mejores que he leído nunca (parece que Dyer es un admirador de D.H.Lawrence, el autor de "Lady Chetterlay") y una puesta en ecena muy acertada del efecto de ciertas drogas (es que lo vives, vaya, como diría el otro).


"Death in Varanasi", como he dicho, tiene algunas conexiones con el relato anterior, pero es estrictamente autónomo. Carece de un elemento narrativo claro: se trata de la inmersión de un periodista inglés en la ciudad santa de Benarés, en India, donde acude para realizar un reportaje, pero decide quedarse y, poco a poco, va desapareciendo la idea de volver a casa, hasta que se opera una especie de transformación en su interior. El final es sorprendente y potente, pero en mi opinión es un relato alargado y le sobran unas cuantas decenas de páginas. Sin un hilo narrativo que sirva de anzuelo, nos quedamos suspendidos en la abstracción con las ocurrencias de Dyer a partir de pequeños acontecimientos. Algunas son magníficas y provocadoras, pero sobran muchas.

Como he dicho, Dyer en ante todo un diletante, que se regodea en la propia incapacidad de crear un proyecto serio y con futuro. Lo curioso es que haya conseguido establecer una verdadera obra literaria a partir de una base tan precaria: su libro "Out of sheer rage" (Por pura rabia) es la historia de cómo intentó escribir un libro serio de análisis crítico sobre D.H.Lawrence sin conseguirlo jamás, detallando todas las cosas que le distraían y no le permitían escribir. Sólo que, claro, a base de escribir que no podía escribir, seguía escribiendo un libro sobre la dificultad de escribir.

Lo interesante de Dyer, creo yo, es que capta con una precisión espeluznante algo muy propio del espíritu de nuestros tiempos. Me refiero al disfrute inmediato convertido en objetivo único de nuestras vidas, a la incapacidad de enfrentarnos al peso colosal que ponen sobre nuestros hombros los clásicos, a la dificultad para creer en la verdad y en la objetividad en un mundo sin referencias claras. Todo eso lo transmite este libro con poderío y lo hace desde dentro, con humor, apelando en todo momento a nuestra complicidad, renunciando siempre a la distancia del profesor, sin dar nunca lecciones, tirando siempre la primera piedra.

6.11.09

Unas palabras de Claude Levi-Strauss.

Ha muerto a los 100 años Claude Levi-Strauss, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX y en la prácica fundador de la etnología. No soy un especialista del tema, pero leyendo unas declaraciones suyas al diario Le Monde en 1979, he encontrado ecos interesantes de los temas que trataba en mi post anterior, comentando el libro de Reyes Mate, "La herencia del olvido". Ahí escribí: "Personalmente, siempre he estado convencido de que hay un hilo conductor que lleva del racionalismo de la Ilustración hasta los campos de exterminio".


He aquí las palabras de Levi-Strauss, que traduzco personalmente (pido perdón por la calidad del texto, nuca he sido demasiado paciente para la traducción):

"Se me ha acusado con frecuencia de ser antihumanista. No creo que sea cierto. Sí que me he rebelado contra algo que veo como profundamente nocivo: esa especie de humanismo desvergonzado, surgido por un lado de la tradición judeocristiana y, por el otro, del Renacimiento y del Cartesianismo, que convierte al hombre en dueño y señor absoluto de la creación.

"Tengo la sensación de que todas las tragedias que hemos vivido, en primer lugar con el colonialismo, luego con el fascismo y finalmente con los campos de exterminio, se inscriben, no en una lógica de oposición o de contradicción con ese supuesto humanismo que llevamos varios siglos practicando, sino que son, diría yo, su prolongación natural. Puesto que, de alguna manera, en un único impulso, el hombre ha empezado por trazar la frontera de sus derechos entre él y las otras especies vivas, y se ha visto luego empujado a traer esa frontera al interior de la especie humana, separando a categorias que se reconocen como las únicas que son verdaderamente humanas, de otras categorias, que sufren de este modo la misma degradación que había servido para discriminar entre especies vivas humanas y no humanas. Se trata de una auténtico pecado original que empuja a la humanidad hacia la autodestrucción.

"El respeto del hombre por el hombre no puede fundamentarse en ciertas cualidades particulares que la humanidad se atribuye a sí misma como propias y no compartidas, puesto que una fracción de la humanidad podrá siempre decidir que encarna esas cualidades de un modo más eminente que otras. Se debería más bien establecer como punto de partida una especie de humildad de principio; el hombre, partiendo del respeto de todas las formas de vida además de la suya se protegería del riesgo de no respetar todas las formas de vida dentro de la propia humanidad".


Sin embargo, lo curioso de la aportación del legado de Levi-Strauss al debate entre universalismo humanista y relativismo instercultural, es que este etnólogo, este hombre que estudiaba las culturas tribales amazónicas ya en los años treinta, cuando Europa se sumergía en la barbarie racista, la misma lógica que le excluiría por judio de Francia y le obligaría a emigrar a Estados Unidos y que veía en esas culturas indígenas algo parecido a la tendencia de los perros a mear para marcar territorio, lo curioso de su legado -decía- es que no da el más mínimo argumento al relativismo. Levi-Strauss, inspirándose del estructuralismo lingüístico, se esforzó en encontrar en las culturas autóctonas que estudió elementos comunes con la nuestra, algo así como un código elemental común a todas las culturas humanas, un común denominador más allá de las diferencias evidentes.

Piensen lo que piensen los etnólogos de hoy del esfuerzo titánico de este maestro por encontrar esa gramática de la civilización humana, creo que hay en esa tarea algo infinitamente más humanista que en la de negar a otros pueblos el derecho a su propia cultura en nombre del universalismo, que no es sino universalización de la cultura occidental.

Para terminar, no puedo resistirme a citar otra frase de Levi-Strauss que hace eco a algo que siempre he defendido, esta vez de 1991: "Les "sciences humaines" ne sont des sciences que par une flatteuse imposture", cuya traducción se me antoja difícil: "Las "ciencias humanas" no son ciencias más que por medio de un halago impostado" o "una halagadora impostura". En otras palabras, se llaman a sí mismas ciencias para creerse exactas. Yo mismo he sufrido, como investigador en ciernes, ese afán de exactitud científica en una ciencia tan poco científica como la geografía urbana. Creía entonces y sigo creyendo hoy que el afán científico de las materias humanistas sólo les puede hacer daño y alejarlas de su verdadero objetivo: entender al hombre, en toda su imperfección.