26.2.09

"Luz Silenciosa" de Carlos Reygadás


Quizás lo mejor sea dejar las cosas claras desde el principio: "Luz Silenciosa" es una de esas películas de encuadres amplios, ritmo pausado, presencia imponente de la naturaleza, diálogos escasos y narración minimalista. Sé que hay mucha gente a quien no gusta este tipo de películas por definición, estén bien o mal hechas, gente que necesita más ritmo, más montaje, más acción a fin de cuentas, o como mínimo más diálogo. Es cuestión de gustos: yo -también por definición- tengo grandes problemas para soportar las películas de acción de 60 planos por minuto o las comedias supuestamente divertidas sobre las frustraciones sexuales de adolescentes friquis.

Cada loco con su tema.


Por supuesto, como ocurre con toda estética, el paradigma de planos fijos y largos, de ritmo lento y poco diálogo ha dado alguna que otra obra sublime y toneladas de celuloide barato, con el agravante en este caso de la pretenciosidad. Sin embargo, cuando un autor con una visión potente adopta este estilo, no simplemente para dárselas de intelectual, sino porque es el que mejor corresponde a su forma de narrar y a las historias que cuenta, se crean grandes películas.

Eso es "Luz Silenciosa": uno de esos momentos mágicos, una película casi perfecta, tocada por la gracia, con una fuerza estética y narrativa arrolladoras. El dispositivo que monta Reygadás es tan potente que te atrapa para arrastrarte a un momento de puro cine. Es como si las secuencias de esta película te hablaran del modo más directo imaginable, sin que importe la historia, sin pasar por la abstracción, sin argumentar, simplemente a través de los sentidos, de las sensaciones, de la aparente creación de un mundo completo, un mundo que no es ni material ni mental, sino sensacional.


"Stellet Licht", que es el verdadero título original de esta película mexicana, nos sumerge en la frugal vida de una comunidad de protestantes menonitas, descendientes de inmigrantes alemanes que no se han mezclado con los autóctonos e incluso ha mantenido el uso cotidiano de un dialecto del alemán. En este contexto marcado por la religión y la presencia de la naturaleza, la película se centra en una historia de infidelidad, la de un hombre incapaz de decidirse entre dos mujeres, pero también incapaz de ocultarlo a su esposa. El director nos lleva poco a poco a un desenlace fatal seguido de un último giro lleno de poderío.

La película se abre con un hermosísimo plano secuencia de un amanecer en el campo que plantea un enigma técnico: si bien la secuencia es claramente más corta que un amanecer real, el movimiento constante de la cámara impide pensar que la imagen está simplemente acelerada. En todo caso, el resultado es impresionante. Como una rima, la película acaba con un atardecer rodado con un movimiento de cámara idéntico en sentido contrario.

Entre tanto, abundan las secuencias de puro cine: la del baño de los niños en el canal consigue atrapar la belleza pura de un momento cotidiano que parece escaparse entre las manos por el paso del tiempo; la muy humana escena de sexo entre el marido y la amante en un cuarto blanco queda rematada por la surrealista caída de una hoja seca en pleno cuarto y seguida por otra secuencia irreal con Jacques Brel cantando "les bonbons"; la secuencia final es indescriptible.


Se ha hablado mucho, sin duda con razón, de la influencia de "Ordet" de C. T. Dreyer en esta película, pero yo no puedo evitar pensar en Tarkovski. "Japón", su primera película, ya denotaba una gran influencia de Tarkovski en Reygadás, pero quizás aun le faltara un hervor como director para no caer en el virtuosismo y en el manierismo. "Luz Silenciosa" es mucho más sobria y la sombra del gran ruso sigue inequivocamente presente.

Imitar a Tarkovski es como jugar con cerillas: casi todo el mundo se quema. Reygadás es el único director que conozco que salga indemne: debe de ser porque comparte con él una suerte de concepción mística del cine, una misma visión irracional de la misión irrenunciable del autor como puente entre Dios y los hombres, como mensajero de lo indescriptible. Leyendo "Esculpir en el tiempo", uno discierne en Tarkovski un visionario, casi un loco. Viendo "Luz Silenciosa" se intuye algo parecido.



Maravillosos locos.