28.2.12

"Tu rostro mañana" de Javier Marías.

He acabado "Tu rostro mañana" y me siento casi vacío. La lectura es tan larga y absorbente que crea la agradable sensación de estar en compañía, de invitar cada noche a casa a un amigo particularmente erudito para que te cuente las historias que conoce y comparta contigo sus disquisiciones filosóficas.



Tengo una historia complicada con Marías. A pesar de nuestra tirria común hacia Mourinho, sus artículos dominicales en EPS, con sus filias, sus fobias y sus generalizaciones presuntuosas, tienen la curiosa virtud de crisparme. El primer libro que leí, "Todas las almas" (que se puede considerar ya una suerte de prólogo de "Tu rostro mañana", lo que es "El Hobbit" para el "Señor de los anillos", salvando las distancias), me encantó por el estilo, por la extraña melancolía que destilaba, por su sorprendente final, por Toby Rilands. Sin embargo, los siguientes libros que intenté leer (sí, varios) se me caían de las manos; su estilo me parecía inútilmente enrevesado, y se encuentran en la corta lista de libros que he abandonado. Sin embargo, por recomendación de mi padre, me compré la edición de "Tu rostro mañana" en un sólo volumen, me lancé a su lectura y me hechizó immediatamente. 1300 páginas de disfrute permanente.

Es difícil explicar el placer de la lectura de esta obra. Está, como he dicho, la erudición, los ilimitados conocimientos, pero también el sentido del detalle, la permanente y extraña comicidad de las cosas, el placer de insertar gotas de cultura popular en ese maremágnum de alta cultura. Al cabo de 400 páginas nadie pensaría que el libro pudiera enganchar por su trama, pero es justamente lo que empieza a ocurrir, primero de manera sutil, insidiosa, luego con la brusquedad de la escena clave, que pone en juego, absurdamente, una espada medieval en un lavabo de paralíticos de una discoteca londinense. El último tomo es aún más absorbente que el resto y el cierre de la trilogía es sublime.


El estilo de Marías es radicalmente personal. No hace concesiones: o se toma o se deja. Yo soy de los que lo toman, como un sediento en el desierto. A lo largo del libro (no es una trilogía, es un solo libro en tres tomos), Marías va sembrando ideas, hilos de los que tira durante varias páginas y que resume en una alegoría, como la del cerco de la mancha de sangre que aparece en el primer tomo y retorna permanentemente (el cerco que parece no querer desparecer por mucho que se frote, el empeño por permanecer, por dejar rastro, por demostrar que se ha exisitido y, por el otro lado, el empeño por hacerlo desaparecer, de modo que nunca haya existido, aunque haya existido), dándole cada vez una interpretación o una aplicación ligeramente distinta, enriqueciéndola, dándole espesor y profundidad. Y cada vez es una sorpresa, una delicia.

Según él mismo explica, Marías escribe con brújula, sabiendo hacia dónde se dirige, pero sin un plan preconcebido o una idea clara de lo que va a ocurrir. Por supuesto, eso no significa pura improvisación: cualquiera que haya escrito una novela sabe que el próximo capítulo te persigue todo el día, en la ducha, mientras te afeitas, en el metro, te des o no cuenta y, cuando te sientas a escribir, muchas cosas se han aclarado en tu cabeza, de modo que no estás realmente improvisando, sino aplicando un plan que vagamente has definido. Sin embargo, ese placer de dejarse llevar por la escritura es palpable a la lectura y se hace contagioso, "engaging", se diría en inglés. También explica que no corrige nunca la primera versión de lo que escribe. Revisa varias veces cada página; sin embargo, una vez que la ha dado por buena, no se permite volverla a tocar. Eso implica que no "puede" volver atrás para corregir elementos que no le convienen de lo que ya ha escrito, que le molestan para coger al dirección que le apetece tomar. Se ve "obligado" (por su propia volutnad, entendámonos) a buscar otra solución, a asumir lo que ha hecho. Es como la vida, según sus propias palabras: si te has casado mal con veinte años no puedes volver atrás y deshacerlo, tienes que vivir con ello. Este aspecto técnico lo he sabido sólo después de leer el libro, pero también es palpable en el resultado, la sensación permanente de que hay que vivir con lo que tenemos.



La mezcla de la erudición, de la fluidez parsimoniosa de la escritura, de la inconfudible comicidad, del carácter particular del narrador (con sus opiniones bien formadas y politicamente incorrectas), de los apasionantes temas tratados (grandes temas literarios: el olvido, el odio, la violencia, la traición) y de los periodos históricos sobre los que se extiende (la Guerra Civil, la II Guerra Mundial, las leyes raciales nazis, el espionaje inglés de la guerra y la posguerra, la represión franquista...) covierte esta lectura en una experiencia única e irrepetible. Una obra maestra, un objeto no identificado de gran literatura, inclasificable, inolvidable.

24.2.12

El peligroso matrimonio de la izquierda con un juez que se extralimitó.

Tiene razón José María Ridao al advertir a la izquierda española sobre su luna de miel con el Juez Garzón, a cuenta de su condena de inhabilitación por parte del Tribunal Supremo. La paranoia conspiratoria que se respira en los argumentos a favor de Garzón y en contra de un sistema judicial español supuestamente aún en manos de los supervivientes del franquismo no dejan de recordar a las alucinadas teorías que sobre los terribles atentados del 11-M fabricó la derecha mediática y política tras el fracaso electoral del PP, tres días después de los hechos.

Una pena que Ridao no se dedique a analizar los hechos y la sentencia, si bien subraya que el argumento que más se ha oído en su contra es que es "difícil de explicar", o "incomprensible". Como dice Ridao, ello "solo puede significar dos cosas: o que no se tiene competencia, y entonces mejor guardar silencio, o que lo que no se tiene es voluntad, y entonces habría que explicar por qué no se tiene". En estos tiempos de tweets, de ciclos mediáticos de 12 horas y de exabruptos que pasan por comentarios políticos, pocos en la izquierda se han parado a preguntarse con objetividad si Garzón merecía ser condenado. Y eso es grave, muy grave. Es, básicamente, ignorar el Estado de Derecho y, por lo tanto, al menos para una personalidad pública, violarlo.

Mucha gente como yo ha seguido con admitración la carrera del Juez Garzón, desde Pinochet hasta los crímenes en la dictadura argentina, pasando por el narcotráfico, ETA y, últimamente, los crímenes del Franquismo. Afirmar que crímenes de tal escala pueden quedar cubietrtos por una simple ley de amnistía, burlando un derecho internacional que lleva décadas bien asentado y los más elementales derechos humanos, es simplemente una aberración impropia de un Estado democrático.

Sin embargo, todo ello no me impide creer que, si Garzón realmente ha violado el derecho de defensa, debe ser condenado. No me sirve el argumento de que otros jueces lo hayan hecho sin ser condenados: ahora habrá una sentencia del Tribunal Supremo que sirva de base para que lo sean en el futuro. La cuestión es si lo ha hecho. Según un análisis jurídico aparentemente serio que he podido encontrar en Internet, sí.

Garzón ordenó que se intervinieran las entrevistas de imputados de la trama Gürtel que se encontraban en la cárcel, especificando que los encuentros con abogados también debían ser intervenidos. Es importante notar que Garzón pidió explicitamente registrar esas conversaciones. En su auto, se mencionaba de paso al expresión "previniendo el derecho defensa", sobre cuya aplicación las autoridades penitenciarias pidieron explicaciones al juez. Este respondió que se encargaría él de su aplicación, que quería recibir las transcripciones completas a excepción de las conversaciones puramente privadas y él mismo se encargaría de velar por la aplicación de esta clausula, lo cual es de por sí una violación evidente dle derecho de defensa, pues no podía ser él quien decidiese que no debía conocer para no violar este derecho.

Seguidamente, ocurrió algo que desmonta la argumentación principal de Garzón para intervenir las conversaciones con los abogados: dos de los imputados cambiaron de letrados y Garzón solicitó la prórroga de las intervenciones. Ahora bien, se suponía que la demanda de intervenir las conversaciones con abogados se basaba en "sospechas" de que estos participaban en actividades de blanqueo de capitales y otros delitos, "sospechas" que no se fundaban en inidcio probado alguno por parte de Garzón. El cambio de letrado debería haber llevado a un nuevo argumentario o a la presentación de nuevos indicios para justificar las sospechas. No hubo nada de ello, simplemente una demanda de prórroga de las intervenciones.

En este marco, el fiscal no se opuso a la prórroga, pero añadió "con la expresa exclusión de las comunicaciones mantenidas con los letrados" y "en todo caso, con rigurosa salvaguarda del derecho de defensa". Sin embargo, al dictar auto para la prórroga de las intervenciones, Garzón, una vez más, no incluyó ningún mecanismo de salvaguarda del derecho de defensa, más allá de la ya conocida expresión, "previniendo el derecho de defensa". Sin embargo, el fiscal había pedido que se eliminaran una serie de párrafos de transcripciones ya realizadas, pues se referían "en exclusiva a la estrategia de defensa". Es decir que Garzón no respetó el derecho de defensa y fue el fiscal quien tuvo que establecer los límites.

Esta es una cuetión de formas, de procesos, pues en ellos se basa el Estado de Derecho. En cuanto al fondo de la cuestión, las transcripciones no arrojaron ningún indicio de actividad delictiva por parte de los abogados.

La base legal sobre la que se apoyó Garzón también es problemática. El Art. 51.2 LOGP, que Garzón invocó, sólo permite estas escuhcas en casos de terrorismo, una interpretación avalada por sentencias de los tribunales tanto supremo como constitucional. Sin embargo, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos sí admite una interpretación más laxista, pero exige dos condiciones: que haya una ley que ampare las intervenciones y que haya indicios contra el letrado. Ninguna de las dos condiciones se daba en este caso.

Por lo tanto, parece claro que había base jurídica de sobra para inhabilitar a Garzón, si bien no me puedo pronunciar sobre lo excesivo de una inhabilitación de 20 años. Y ello con independencia del valor jurídico, humano y político que se le pueda dar a otras actuaciones de Garzón.

Por todo ello he de admitir que no entiendo el empeño casi unánime de la izquierda española por cerrar filas en defensa de Garzón. Como juez instructor, se extralimitó y violó une de los derechos fundamentales de un Estado democrático. Por supusto que deseo que los corruptos acaben en la crácel, peor no a costa de desmontar el Estado de Derecho, a costa de darles a los jueces instructores manos libres para hacer lo que les parezca sin acotar sus actuaciones en los límites dictados por el derecho.

El "difícil de explicar", el "no se puede entender" sólo lleva a las teorías de conspiración y éstas sólo minan la confianza en nuestra democracia. Cuidado, mucho cuidado.