20.10.06

El ex presidente y el escote

A continuación ofezco una descripción e interpreetación de la escena en que el ex presidente Aznar introduce un portaminas en el escote de la periodista de Noche Hache, Marta Nebot.














Si teneis una buena conexión, lo podeis ver aquí (en la página de cuatro.com):

http://www.cuatro.com/multimedia/video.html?view=alta&xref=20061019ctoultpro_9.Ves


El incidente es sencillo, pero vale la pena tomar el tiempo de describirlo en detalle.

Estamos en una sala de conferencias, no muy grande, hay una cierta agitación, sin duda alrededor de la presencia del ex presidente del gobierno, que se dirigía hacia el estrado, seguido muy de cerca por su guardaespaldas, cuando alguien le ha pedido un autógrafo en un libro, un texto. Él, diligente, amigo de sus admiradores (quizás el origen de la demanda sea un antiguo conocido, un colaborador de sus tiempos de poder), se para y quizás no se limite siquiera a firmar, sino que incluso puede que escriba una pequeña dedicatoria, un "afectuosamente", un "con amistad", una o dos palabras que le den un toque humano a la firma.

Está él ocupado en esta tarea cuando llega ella, para abordarle con una pregunta, tres cuartos por la derecha a su espalda. Ella no es una desconocida para él, es una periodista de un programa nocturno, un programa no muy serio de una cadena declaradamente enemiga, una cadena que no pudo ni siquiera nacer antes de que él dejara el poder, una cadena que no existiría si él estuviera en el poder. Digamos, pues, que ella, tal y como es, en tanto que persona que ocupa una posición social determinada, que ejerce una cierta influencia, por pequeña que sea sobre un cierto sector de la sociedad, ella, si de él dependiera (y de él dependió durante ocho años), simplemente no existiría. En otras palabras, en su mundo, en el universo mental del ex presidente, ella no existe.

Por otra parte, es ella, quiero decir, es una mujer. Una mujer joven. Una periodista audiovisual de medio pelo, nadie que merezca el más mínimo respeto desde un punto de vista intelectual o profesional. Eso sí, está bastante buena. No es despampanante, pero tiene una chispita, su vitalidad le da una cierta presencia física, no le falta del todo elegancia. Una pena que no se ponga falda muchas veces. En fin, el hecho es que tiene un cuerpo, dos piernas, un coño, unas caderas, un par de tetas, un cuello, una cara de rasgos marcados, unos labios más bien carnosos, un pelo moreno, largo y rizado que se posa sobre sus hombros. En ese sentido, sí, es innegable, existe. Incluso para el ex presidente, ella, en tanto que cuerpo, en tanto que objeto sexual muy remotamente hipotético, existe. Ella es una presencia física.

Bien, retomemos la escena. Ella le aborda con una pregunta mientras le acerca el micro (no demasiado, es una suerte que los micros de ahora no haga falta acercarlos demasiado, eso reduce la dimensión física del contacto entrevistador/entrevistado). Qué importa la pregunta. Una provocación barata, sin la mínima importancia. Él ni se inmuta, sigue firmando el libro para su antiguo colaborador, para su viejo amigo, un gesto rápido de la mano para acabarlo, uno de esos gestos que nos definen como personas (él subraya la firma en su totalidad para rematarla, de izquierda a derecha, un subrayado muy amplio, que abarca más espacio que la propia firma, que crea un trono para su nombre, podríamos decir, que le da un aura), pero la ha oído.

Por ahora, ella sólo ha llegado hasta él a través de ese único sentido, el oído: él sabe quién es, por supuesto, pero aún no la ha visto. Su voz es femenina, en el sentido de que es aguda, dicharachera diríamos, pero no es sensual, no evoca feminidad, no es una voz que le obligue a girar la cabeza en busca del origen, al menos cuando hace entrevistas. Es sólo la voz de un periodista audiovisual de medio pelo, supuestamente chistoso que trabaja en una cadena que no existiría si de él dependiera y por lo tanto es una voz que no existe. Ha oído una frase que en su universo mental no existe, una frase que no requiere respuesta ni atención alguna. Por lo tanto, puede perfectamente ignorarla y seguir su camino.

Pero tiene que devolver el libro que ha firmado, tiene que girarse hacia atrás a su derecha, justamente hacia donde se encuentra ella. Para poder seguir ignorando a esa persona que no existe, recurre instintivamente al método más sencillo: no levantar la mirada. La mirada es letal. Cuando dos ojos encuentran dos ojos, la persona empieza a existir y él no quiere que esa persona exista, puesto que ha conseguido expulsarla de su universo. Sin embargo, la estrategia de la mirada baja tiene un reverso imprevisto: la aparición del cuerpo, la aparición de la mujer. Ignoro cómo iba vestida ella aquel día, pero sé que es una chica discreta, que no tiende a la provocación para atraer la atención, no es alguien que use su cuerpo en ese sentido. Es poco probable que llevara falda, que enseñara las piernas, pero poco importa eso. Su cuerpo es un cuerpo de mujer, de una mujer joven y atractiva, no de una chica repulsiva, qué sé yo, gorda, coja, vieja… no, es el cuerpo de una chica, un cuerpo deseable. Ahí comienza el problema: ella ha parecido, el cuerpo existe, el periodista indeseable sigue sin existir, pero el cuerpo está ahí. Innegablemente.

Él continúa su gesto, devuelve al fin el libro firmado a una mano que lo recoge obediente, discreta, fuera del cuadro (una mano que no existe para nosotros, fuera de campo) y de esta manera han entrado en su campo de visión las tetas. Él da cuenta de la tetas: alza ligeramente la mirada, quizás unos quince grados, casi imperceptiblemente, pero les ha prestado atención. Las tetas de ella son un estímulo. Ella leva una chaqueta negra estilo masculino, abotonada a la altura del ombligo y, debajo, una camiseta roja, de un rojo vivo que forma un escote circular. Es posible que la palabra escote sea incluso exagerada, el canalillo que separa sus senos apenas comienza a insinuarse, pero la forma que toma la chaqueta abotonada a la altura del ombligo cierra en un triángulo curvo que sugiere la presencia de los senos. Unos senos de talla y forma absolutamente corrientes, no de esos senos que se imponen a la mirada, ni mucho menos. Por ligero que sea, el estímulo está ahí. Él ha visto las tetas; ha recibido el estímulo; va a reaccionar.

Las circunstancias son las circunstancias, algo incontrolable, que nos rodea y nos determina. Las circunstancias han querido que justo cuando él recibe ese estímulo, tiene un objeto en la mano, un objeto alargado y fino. Me refiero al bolígrafo, por supuesto (si lo miramos con mayor atención, más bien parece un portaminas) y la asociación mental entre el objeto alargado y fino y el canalillo entre las protuberancias de lo senos, se hace automáticamente en su cabeza: son dos cosas que en ese momento se cruzan en su vida y, forzosamente, tienen que interactuar. Podemos preguntarnos qué le lleva a concluir esa necesidad, pero yo no conozco el recorrido psicológico del ex presidente del gobierno y no puedo responder, sólo imaginar. No conozco su relación sensual con su madre, no conozco el cariz de su primera experiencia sexual, ignoro qué tipo de relación sexual tiene con su mujer. No me importa, si he de decir la verdad. De una cosa estoy seguro: el escote, esa fijación por el escote, tiene que venir de la infancia, de ese contexto de mujeres que tapaban cada centímetro de su cuerpo, solamente roto de vez en cuando por la explosiva interrupción de una tía, de una amiga de sus padres, de una profesora, de una panadera algo más liberal que llevaba un escote, o quizás su propia madre, a veces, por la noche, cuando venía a arropar al pequeño futuro ex presidente del gobierno llevaba algún camisón que sugería sus senos. El escote, esa promesa, siempre ha estado ahí.

Tiene el objeto fino y alargado entre las manos. Por un instante, devuelto el libro, no ha sabido qué hacer con él, la conexión con el escote ha sido instintiva, ha venido de lejos, de mucho tiempo atrás, quizás también de alguna fantasía de adolescencia que todas sus compañeras sexuales, incluida su mujer, se han negado siempre a realizar o cuya materialización él nunca se ha atrevido a pedir y que se ha quedado ahí, en algún lugar de la mente, ese misterio. La decisión está tomada, aunque quizás decisión sea una palabra excesiva, es una idea que surge, a bote pronto; el no ve en esas centésimas de segundo qué consecuencias puede tener y siente la necesidad de hacerlo, una necesidad potente, que sin duda sería refrenable si tuviera el tiempo de sopesar las consecuencias, pero es ahora o nunca. Entonces alza definitivamente los ojos, buscando los de ella, la propietaria de las tetas: ella existe completamente en ese momento, sin duda no como periodista, ni siquiera como mujer en el sentido en que yo lo entiendo, sólo como cuerpo; como propietaria de un cuerpo. Tiene una mirada extraña, divertida, pícara, anticipando lo que va a hacer, parece que le esté dando una oportunidad de echarse atrás y evitar la agresión, pero ella no lo entiende, simplemente porque esa posibilidad que ha venido a la mente de él en un instante, ella habría necesitado horas antes de que se le pasase por la cabeza, son dos estructuras mentales completamente distintas, dos universos que no se tocan. Ella no lo entiende, se queda quieta, espera una respuesta o al menos una no-respuesta. Espera, pasivamente, como se debe.

Él, entonces, tiene un detalle destinado a embellecer el gesto que está dispuesto a realizar: hace girar el portaminas ostentosamente para introducirlo con mayor precisión (puesto que podría fallar, eso le preocupa sin duda, toda la belleza del gesto, todo su poder catártico se vendría abajo si errara el tiro y no sería sino un recordatorio más de sus frustraciones) y lo introduce acertadamente en el escote de la camiseta roja de ella. A medida que ha ido haciéndolo, la sonrisa se ha ido formando: los músculos se han activado, debajo de los pómulos, primero haciendo una curva ligera, luego relajándose un instante en el esfuerzo de acertar el tiro y en el momento en que realmente el bolígrafo se introduce entre las tetas y desaparece, los músculos tiran completamente y se dibuja una sonrisa triunfal, pícara, pero a la vez discreta, como confidencial. Es algo que ha ocurrido entre tú y yo, parece decir la sonrisa, tú y yo sabemos porqué. Pero ese tú al que se dirige la sonrisa no es ella, sino el escote: esa sonrisa confidencial habla al escote, al escote perfumado de la tía que venía a visitarles los domingos por la tarde, el de la madre que venía a darle un beso por la noche antes de acostarse, ese escote que es algo suyo, algo que le pertenece puesto que no existe más que en su interior, en su mente.

El gesto realizado, la eyaculación concluida, el hombre se va, la abandona a su buena suerte, podemos ver su cabellera, una cabellera morena, ondulada, algo rebelde, demasiado larga, tan española, tan latina. Sin embargo, un paso más allá, vuelve de nuevo la cabeza, ligeramente, muestra su cara, la sonrisa sigue ahí, triunfal y confidencial a la vez, hablando al escote, sigue hablando con el escote. Más tarde volverá la realidad. Se sentará en el estrado, esperará a que le presenten al público, tendrá tiempo de pensar en las eventuales consecuencias, en la televisión, en el poder de las imágenes, en ese periódico enemigo que es el más vendido del país. Quizás se arrepienta, pero qué importa eso.

Ella se gira, mira a la cámara, después de haber comprobado que efectivamente, el objeto fino y alargado está en su interior, dentro de ella, dentro de su ropa, concretamente, pero dentro de ella al fin y al cabo: se lo ha introducido el ex presidente del gobierno. Se gira, mira a la cámara, pues, es un gesto mecánico, casi un defecto profesional, es posible que en ese momento ella tendiera a tener otra reacción, pero hace lo que le dice el instinto profesional. Dice una frase que intenta ser graciosa, pero admite su confusión y está tan roja como su camiseta, está descompuesta: de hecho, al hablar resurge el acento de su lengua natal, que ella suele suavizar al hablar ante la cámara, como si hubiera perdido toda la compostura a la que está obligada por sus propios deseos de tener el futuro que merece.

Está humillada: algo en lo más profundo de sí misma, algo que ha ido construyendo durante años a base de confianza, de trabajo, de desparpajo, de sinceridad, de espíritu de colaboración, algo de gran importancia para ella, algo que quizás llamaríamos dignidad, se acaba de romper dentro de ella. Por supuesto, pensándolo un segundo, verá más ventajas que inconvenientes y su propia integridad se reconstituirá de nuevo, quizás se refuerce, pero esa pequeña penetración ha roto algo en su interior por un instante, algo muy valioso.



29.9.06

La imagen y el discurso


Es probable que la situación política francesa no interese a los pocos lectores, todos hispanófonos, que visiten esta página, pero ne puedo resistir comentar el fondo del enfrentamiento que está teniendo lugar en el seno del Partido Socialista para designar al candidato para las próximas presidenciales, en la primavera de 2007.

La situación que conoce ahora el Partido Socialista, con un favorito en los sondeos (Ségolène Royal) y un contrincante sólido (Dominique Strauss Kahn) no es nueva: para las elecciones de 1981, el mismísimo Mitterrand era mucho menos popular que Michel Rocard y, sin embargo, el primero fue el candidato y el primer presidente de izquierdas de la V°República. En otros términos, el Partido Socialista tiene una dinámica propia, que no reflejan fielmente los sondeos y me niego a pensar que la suerte está echada.

Ségolène Royal tiene algo más de 50 años, ha sido varias veces ministra, si bien en ministerios considerados "menores" y, en un principio, era una candidata como cualquier otra, sin el necesario peso específico en el seno del Partido. Lo que ha hecho de ella la favorita ha sido su popularidad, en buena medida basada en la imagen y en una cierta tendencia a darle importancia a los "debates" sin realmente tomar posición. Adopta una táctica inteligente y por ahora eficaz: confiar en la simpatía que despierta, evitar tomas de posición demasiado frecuentes y limitarse a dos o tres temas importantes para los electores y que concuerden con su imagen (en especial, su insistencia sobre la calidad y eficacia de los servicios públicos) o que compensen sus deficiencias (tomas de posición rigoristas sobre temas de seguridad, para no dar la impresión de ser "floja"). Lidiando con un debate o una intervención pública, Ségolène es decepcionante: lenta, dubitativa, recurre con facilidad a tópicos vacíos y repite con frecuencia las mismas ideas con las mismas palabras.

En cambio, Dominique Strauss Kahn, ex ministro de Economía y Finanzas, tiene una carrera política en realidad menos dilatada en el partido que la de Ségolène, pero un peso específico mucho mayor. DSK, como le llaman en Francia, es un hombre de una gran inteligencia, la verdad sea dicha. Es el ejemplo perfecto de la voluntad de síntesis entre la herencia del socialismo y la necesidad del reformismo, una "rara avis" de profundidad intelectual que creo que no tiene parangón en España. Su retórica es seductora sin ser tramposa y se inscribe en la línea de los grandes oradores del socialismo, manteniéndose siempre estrictamente fuera del populismo demagógico.

Sin embargo, hay varios elementos que hacen que Ségolène aparezca como una opción más "moderna", más adaptada a los tiempos que vivimos. En primer lugar, es cierto que ella tiene más imagen que retórica, pero el hecho es que las elecciones ya no se juegan en los grandes mítines ni en los viajes pueblo a pueblo, sino en los carteles, los spots, los reportajes "íntimos" y el aspecto que se ofrece en el encarte del telediario. La cuestión no es "ser" moderno, sino "parecer" moderno. En segundo lugar, ella es más joven: en un régimen político que a veces se asimila a una gerontocracia, su presidencia sería un balón de aire fresco.

Por último, y por encima de todo lo demás, ella es mujer. No es una cuestión baladí: proponerse como primera presidenta de la historia de Francia es una proposición en extremo seductora para la mitad femenina de la población y bastante atractiva para una buena parte de los hombres. Al mismo tiempo, me parece pueril querer elegir a alguien a un cargo político sólo porque sea mujer, o porque sea homosexual, o porque sea negro: tiene que tener cualidades propias. Lo que es en extremo delicado es que, cuando intento analizar las debilidades de Ségolène como candidata, no sé hasta qué punto estoy yo mismo guiado por el machismo integrado en mis estructuras mentales.

He navegado por internet y he visto videos de ambos candidatos (también he leído textos en el blog de DSK, pero he encontrado pocas cosas escritas por ella) y me parece inevitable notar la solidez de DSK y la fragilidad de Royal, no sólo en el modo de hablar, sino también en el fondo del debate. Mientras Ségolène repite lo de los servicios públicos aunque no tenga que ver con la cuestión, DSK realiza un discurso estructurado, informado y siempre, siempre, acompañado de referencias históricas de lo más peritenentes. Además, sabe adapatarse al público: ante las juventudes socialistas, relaja su pose y su vocabulario; ante los militantes de una región obrera, sabe ser a la vez cercano y distante; en un careo con un ministro de la derecha, es felino, ataca en el momento más oportuno y sin piedad. Ella, en cambio, parece incapaz de adaptarse a las circunstancias: tiene un tono monocorde, falsamente firme, esté donde esté.

Creo que es mi deber preguntarme si pienso esto por machismo, si una mujer siempre me parecerá frágil y un hombre sólido. Es posible, pero también Zapatero nos ha parecido a todos frágil como candidato, por mucho que fuera un hombre. Sin duda, estoy guiado por estructuras mentales que no controlo, pero tampoco me parecería justo dejarme acorralar por ese tipo de argumento inatacable: no te gusta Ségolène porque eres machista, atacas el marxismo porque eres burgués, no aceptas la psicología porque tienes miedo de tus propios fantasmas. Eso no son argumentos, son sofismos.

Sin embargo, como decía al principio, ella parece más adaptada a nuestros tiempos. Recordemos que también Zapatero era un candidato dudoso: carecía de muchos atributos clásicos del buen político (ese modo de imitar el tonillo de Felipe en sus discursos), el fondo de su pensamiento era confuso... pero ahora que gobierna, creo que ha ido estructurando un discurso sólido alrededor de su propia acción política, basado principalmente en la idea de la extensión de derechos, que es convincente y que me permite a mí, un chico joven, identificarme con su ideario y también con una buena parte de su acción. Puede que Ségolène también sea capaz de dar ese tipo de sorpresas agradables una vez en el cargo, pero no en ese mismo campo, en todo caso: está en contra del matrimonio homosexual, ha propuesto un sistema de encuadramiento de los jóvenes delincuentes por el ejército y una vez lanzó una andanada contra los tangas, sí, sí, los tangas, que resultaban perjudiciales para la dignidad femenina. En cuanto a identificarme con las ideas del candidato, prefiero a DSK con los ojos cerrados.

He de admitir que antes de investigar por internet yo mismo me sentía seducido por la idea de tener a Ségolène como candidata en Francia, principalmente por el hecho de ser una mujer que a la vez tiene una carrera de una cierta solidez a sus espaldas. Sin embargo, ahora vuelvo a mi vieja preferencia por DSK, un hombre al que siempre he admirado. La razón es simple: la opinión es voluble, muy volátil, y el candidato que sea designado por el partido se la jugará realmente en los careos con Nicolas Sarkozy, hombre imponente, de retórica brillante y algo populista. En mi opinión, Ségolène se desinflaría ante Sarkozy porque no sabe contraatacar, mientras que DSK sería capaz de reducir todos y cada uno de sus argumentos a nada, puesto que eso es lo que son.


Podeis ver à Ségolène en debate:

  • Aquí


  • Y a Strauss Kahn en acción:

  • Aquí


  • Por otra parte, DSK tiene un blog bastante interesante:

  • blogdsk.net


  • Royal tiene, en cambio una página en la que lanza debates y la gente hace sus comentarios y así se va escribiendo una especie de libro que se supone que será su programa. Ella lo llama democracia participativa, pero a mí me parece que se escuda detrás de eso para no pronunciarse con claridad:

  • desirsdavenir.org
  • 2.3.06

    A la manera de... Italo Calvino (1)

    La Città e il cielo
    Al terminar la Guerra Civil,
    el nuevo monarca echó
    a la tribu de la ciudad,
    culpándolos de la masacre:
    tenían barbillas puntiagudas,
    un acento resbaladizo,
    eran cultos y sabían negociar.
    El patriarca dijo a su gente:
    "Sé dónde debemos ir
    para construir nuestra
    propia ciudad." Nueve días
    marcharon, con sus noches,
    hasta que, bajo el sol de la tarde,
    inclemente en la árida meseta,
    encontraron un magnífico roble.
    A su sombra, una gata majestuosa,
    de raza indefinida, yacía.
    El patriarca se acercó a la gata,
    que le miraba fijamente,
    y la siguió con mansuetud.
    Unos metros más allá, se detuvo
    la gata y golpeó por tres veces
    con su cola un punto en la arena.
    El patriarca entendió; dijo a su gente:
    "¡Cavad!" y a los pocos metros
    encontraron agua.
    La gata caminó unos metros más,
    se detuvo y, mirando al patriarca,
    alzó su graciosa pata y mostró
    en un amplio gesto
    la extensión de los campos.
    El patriarca se arrodilló, olió
    el terreno y supo que aquella
    tierra, que había creído yerma,
    era inmensamente fértil.
    Dijo a su gente: "Aquí
    contruiremos nuestra ciudad.
    Esta gata será nuestro Dios."
    La tribu se instaló y, a los pocos
    meses, la gata parió una camada:
    nueve machos y nueve hembras.
    La concepción fue un milagro,
    pues no había gatos en la ciudad.
    La tribu veneró a toda la descendencia.
    Pocos años después, vivían en la ciudad
    quince gatos por cada hombre.
    Los hombres debían alimentar
    a los dioses antes que a sí mismos
    y muchos morían de hambre.
    Nadie podía tocar a los dioses
    y se debía atender a cada uno
    de sus caprichos: molestaban
    a trabajadores y mujeres.
    La tribu intentó construir un barrio
    sólo para los dioses, pero fue
    en vano. Más tarde, se les hizo
    un Palacio, pero fue en vano:
    los dioses vagaban por la ciudad
    a su antojo. Los hombres vivían
    en la desesperación.
    Esperaban que el moribundo
    patriarca les indicara qué hacer.
    Al expirar, dijo a su gente:
    "Esta ciudad no nos pertenece.
    Los dioses han querido que la hagamos
    para ellos. Esta ciudad es divina,
    el hombre no tiene lugar en ella.
    Debeis partir y venerarla
    en la distancia"
    Así fue cómo la tribu emprendió
    un nuevo éxodo. La ciudad fue
    la morada de sus dioses y en cada
    gato que veían, leían un signo
    divino.
    Naxos, Grecia, 12 de febrero de 2003

    31.1.06

    Literaturas


    "TOKIO BLUES":
    Hay otros mundos (y otras ópticas)

    Este post nace como réplica a un comentario de mi amigo Antonio Asencio en su blog (viernes 20 de enero, el link siempre lo encontráis a la derecha) sobre el libro de Murakami “Norvergian Word”, o “Tokio Blues” en su traducción española. Lo curioso es que ni a ti ni a mí nos entusiasma el libro, pero yo discrepo de tu interpretación, Antonio.

    Hablemos sobre todo del sentido del triángulo que une a Watanabe, el protagonista, Naoko la novia de su amigo suicidado y Midori, la chica extravagante compañera de carrera.

    No creo que Naoko represente una forma de negatividad respecto a la vida (a las oportunidades que nos ofrece) y Midori, en cambio, una cierta receptividad, una apertura alegre. Creo que ésa es una visión muy occidental y éste, a pesar de las referencias literarias y musicales y de las apariencias, es un libro muy japonés. En ese sentido, sobre todo, sería erróneo deducir del hecho de que Naoko se suicide esa dicotomía Sí/No a la que hacías alusión.

    Tomemos un ejemplo: la “colonia de curación” en la que se recluye Naoko no está presentada bajo un prisma demasiado negativo: el propio Watanabe se siente en extremo atraído por la vida en su interior y percibe la abstracción de la delgada línea que separa la locura de la cordura. Podía haber sido, en efecto, el espacio-símbolo de la negación de los placeres, de la vida y sin embargo es allí, y no en Tokio, donde el amor de Watanabe y Naoko se consuma al fin. Allí, también, el placer de comer, de pasear, de escuchar y tocar música aparece en toda su plenitud.

    Por tanto, subyace un discurso mucho más próximo a la cultura hippy de lo que haces notar: Tokio es un espacio de alienación (como queda demostrado por las anécdotas del compañero de habitación, que hace gimnasia escuchando la radio al amanecer y por el detalle de la bandera cada mañana) en el que incluso espíritus libres como los de Watanabe, Naoko y Midori corren el riesgo de quedar engullidos.

    Así las cosas, es de pura lógica que el amor entre Watanabe y Naoko no pueda consumarse en la ciudad y que esa imposibilidad haga que Naoko deslice hacia la locura. La supuesta “locura” de Naoko significa que es incapaz de enfrentarse al mundo, como suele decirse. Pero el experimento de la “colonia de curación” demuestra que Tokio no es el mundo, que existen otros mundos y que esa definición de la locura es completamente relativa a lo que se entienda por “mundo”. Sin embargo, la “curación” de Naoko, que en este caso se aparenta a un renacer (en el que la amiga que le toca a los Beatles es la nueva madre) ya es imposible: en cierto modo, está contaminada y para ella no existe salvación. La presencia de Watanabe le es beneficiosa, pero la llegada de sus padres (cuya propia existencia demuestra la imposibilidad de renacer, lo que nos ata a la realidad de “este” mundo) le es fatal.

    ¿Y Midori? Midori es en extremo similar a Watanabe. Como él, es un espíritu libre, aunque mucho más alegre y festivo. Ambos luchan por no quedar enzarzados en la maraña de alienación de la ciudad (que representa, para él, las sórdidas escapadas sexuales con su amigo y, para ella, el peso de la tienda que hereda de sus padres muertos). Sin embargo, Watanabe tiene otro afán que le empuja hacia la frágil y cristalina Naoko: la búsqueda de una forma de pureza que ella simboliza. Y ahí entra un prisma muy japonés.

    El hecho mismo de la inadaptabilidad de Naoko demuestra su pureza, su carácter incorruptible. A esa pureza, se opone Midori, que es flexible, se adapta a lo que se va encontrando, a base de mentiras, un poco como el propio Watanabe lo hace a base de anonimato, de indefinición: puesto que Watanabe no es nadie (se supone que aún no es nadie, porque es joven, pero eso poco importa), Watanabe puede ser cualquiera, desde el compañero de juergas del brillante futuro diplomático hasta el enfermero del padre de Midori.

    Así pues, la indefinición del personaje de Watanabe es consubstancial al discurso que desarrolla la novela y, personalmente, no la encuentro molesta. En la búsqueda de su propia definición, Watanabe aspira a ser como Naoko (es lo que él llama amor), de ahí el hecho de que deje la ciudad por una casita a las afueras, con su huerto y su guitarra y sobre todo el absurdo peregrinaje final, que tiene un punto místico, de purificación. Finalmente, sin embargo, debe resignarse a aceptar que su semejante es Midori y que su lugar está junto a ella.

    ¿Y si una novela me muestra todo esto, que es muy interesante, porqué no me ha acabado de gustar? Es posible que sea porque soy occidental y no entiendo la visión japonesa de ciertas cosas. Es probable que sea porque la prosa (o por lo menos la traducción) es llana, casi sin relieve, muy poco emocionante y torpe en la descripción de sentimientos. Sin duda también, este discurso que encuentro a la base del libro, me sabe a caduco, muy propio de los años sesenta y setenta, algo con lo que no me acabo de sentir identificado, aunque me interese.

    28.1.06

    Qué lugares

    New York;

    déjà vu





    1

    Jet lag: Me acabo apenas de recuperar del que me ha provocado mi primera visita física a Nueva York. Lo más justo sería decir que he visto cosas que vosotros podrías imaginar sin grandes esfuerzos: he visto el Empire State Building, el Chrysler, el Flat Iron, he visto negros obesos y blancas pijas estiradas, he visto niños corriendo felices por Central Park, he visto Wall Street, he visto la desolación de la Zona Cero, los cafés chics de Greenwich Village, las galerías de Chelsea, he visto 5th Avenue con su rosario de escaparates, he visto bares de moda y Diners mugrosos, he visto el Puente de Brooklyn y al girarme, a mi izquierda, he visto a lo lejos la Estatua de la Libertad. He visto cosas que todos habéis visto ya.



    2

    NY/NY: He dicho que era mi primera visita física a Nueva York porque ya había estado en Nueva York algunas veces, cientos, miles de veces. He soñado que estaba en Nueva York siendo yo mismo y probablemente también he soñado que recorría sus calles siendo un joven policía dispuesto a saltarse las reglas o un artista bohemio que malvive de su pintura o quizás incluso un broker de Wall Street, ambicioso y sin escrúpulos. Y sin duda lo he soñado dormido, pero también despierto, mientras veía una serie de televisión o una de las cientos, miles de películas que nos han mostrado a Nueva York desde que nacimos. Probablemente, incluso antes de nacer ya oía el Walk on the wild Side de Lou Reed, una de sus miles de bandas sonoras.


    3

    Fake: Sin duda recuerdan ustedes Eyes Wide Shut, la obra-testamento de Stanley Kubrick. Basada en el relato Traumnouvelle (que se podría traducir por relato soñado) de Stefan Zweig, es la historia de un viaje más mental que físico por Nueva York. En varias secuencias, Tom Cruise se pasea por unas calles creíbles hasta en el más mínimo detalle, pero que son totalmente falsas: son decorados del londinense estudio Pinewood. No se trata de un capricho de excéntrico, sino de una refinada técnica cinematográfica. El Nueva York que muestra la película es, a la vez, un espacio mental y un espacio real, que nos remite a la ciudad que todos tenemos en la mente pero parece más real. Las fotos que ilustran estas palabras son las del decorado.



    4

    Déjà vu: Es una reacción mental (la sensación de haber vivido ya una situación nueva) que suele explicarse por la confusión entre realidad y sueño. Es, por cierto, uno de los pocos inventos profundamente decimonónicos (Emile Boirac, L’avenir des sciences psychiques) que han llegado hasta nuestros días sin perder mucho crédito, quizás por lo común de la experiencia. Se dice que esa reacción viene acompañada por una sensación de “extrañeza” o “sobrecogimiento” pues la percepción sensorial y la percepción mental de lo que nos rodea se confunden. Ya no es percibir y posteriormente conocer, sino percibir lo que ya hemos conocido por otro canal que no es el de la percepción sensorial.


    5

    Experience: Eso es lo que le ocurre al que por primera vez visita Nueva York: tiene la sensación de haber estado, de algún modo, en cada esquina de la ciudad. Por lo tanto, el paseo de descubrimiento de la ciudad nunca es tal: todo se re-descubre, todo se vuelve a andar por enésima vez. Sólo que esta vez se mueven las piernas. Pasea uno por la ciudad extraño y sobrecogido, incapaz de controlar la actividad que recorre la mente sobreexcitada ante la familiaridad de todas las cosas y nunca, nunca sabe si está o no está donde físicamente está. Por eso, al ver la Estatua de la Libertad, a lo lejos, a la izquierda, uno vive un momento sobrecogedor, no tanto por la belleza de lo que ve como por lo interior de la experiencia perceptiva.

    11.1.06

    Arqueologías

    UTOPIAS URBANAS

    1. Charles Fourier


    Si queremos hablar de utopías urbanas, sería de justicia empezar por el principio: Charles Fourier. Nacido en 1772 y muerto en 1837, Fourier llegó algo más tarde que la polis ateniense o que las ciudades ideales de Alberti y el Urbanismo Barroco, pero fue el primero en formular lo que aquí nos interesa: una teoría de organización de la vida social y económica de una comunidad humana, que se traduce en una organización espacial, una teoría que se presente como ruptura y que proponga un modo y un espacio de vida que sea el más adaptado a las necesidades generales del ser humano, una teoría que no se preocupe en demasía de las dificultades de su materialización, una utopía en suma.

    Y es que la utopía es un artefacto propio del siglo XIX. La Ilustración del XVIII había permitido la expulsión de la religión del centro de toda vida humana, pero proponía la razón para sustituirla. Los románticos no la encontraban muy sexy y prefirieron el yo, el ego: el hombre sería el centro de su propio mundo. Parecía lógico, pero mientras tanto, en la primera mitad del siglo XIX, nacía el capitalismo y muchos pensadores se quedaban estomacados al ver los destrozos del liberalismo que se imponía en Inglaterra. Había que olvidarse del yo y proponer otro modelo de organización de la sociedad y los que hoy llamamos incorrectamente "socialistas utópicos", se pusieron manos a la obra... antes de que Marx arrasara con todo.

    Fourier fue el primero y el más utópico de todos. Era un gris mercader de tejidos, un viajante de comercio, un hijo del capitalismo en una época en que aún no había tantos, que consideraba una impostura el sistema de libre cambio y de competencia basado en el precio de las cosas. Como muchos otros visionarios, no recibió una educación estructurada, no hablaba latín y era un pensador autodidacta y bastante aislado, hasta que al final de su vida sus escritos le hicieron famoso y se creó a su alrededor el "fourierismo".

    Partiendo de un método tan típicamente decimonónico como la taxonomía (es decir, la clasificación de las cosas en clases y sub-clases hasta un infinito que a veces rayaba en la psicosis), Fourier decidió que el ser humano se podía clasificar en caracteres, sub-caracteres, sub-sub-caracteres... 810, para ser exactos. Si cogemos un representante-tipo de cada una de estos caracteres, le damos su pareja pertinente, tenemos una especie de Arca de Noé: 1620 personas, ni una más, ni una menos, que representan a la sociedad y que, en comunidad, ofrecen todo el potencial de interrelaciones entre humanos. Para designar a su Arca, Fourier usó una palabra poco popular por estos lares: "falange" ("phalanx"), es decir la unidad de base de los regimientos griegos, en la que los hombres avanzan juntos y en harmonía. Hoy por hoy, cualquier guionista de series televisivas no hace sino aplicar estos principios, reuniendo a carácteres-tipo para hacerlos interactuar, creando un universo lo más ancho posible de interacciones. La comunidad en la que viviría esa falange sería el Falansterio.



    Por si les hicieran gracia los despropósitos del visionario Fourier, lo mejor será despacharlo todos juntos antes de pasar a cosas serias. El mundo perfecto que imaginaba duraría 80.000 años, de los cuales 8.000 años serían la época de harmonía perfecta, con seis lunas gravitando alrededor de la Tierra, 37.000.000 de poetas de la calidad de Homero y cuatro amantes para cada mujer. Pero bueno, esto no es lo importante.

    Lo importante es que Fourier rechazó el capitalismo de plano, sin posibilidad de reforma y decidió que la sociedad debía organizarse en función de las pasiones humanas. El término es ciertamente vago, pero el desarrollo de esa idea central de organización de la sociedad lo convierte en el revolucionario que fue.

    Afirmaba que la satisfacción de las pasiones es liberadora, mientras que su represión crea contra-pasiones que son dañinas. Por tanto, la comunidad debe organizarse de modo que esa satisfacción se optimice. Al intentar definir cuáles son las grandes pasiones humanas, Fourier recurre de nuevo a la siempre divertida taxonomía con resultados muy interesantes:
    • La "Papillone" (mariposa) es la pasión por la variedad. Fourier comprendió un siglo antes que Chaplin que el capitalismo y la organización industrial de la sociedad se basa en la especialización, en la repetición hasta la locura de una misma función. El ser humano, en cambio, tiende hacia la variedad y en el Falansterio cada miembro conoce 20 oficios y practica cinco o seis al día. Es más, en cuanto a los productos cuyos procesos de fabricación impliquen oficios que atenten a la dignidad humana, la sociedad tendrá simplemente que aprender a vivir sin ellos.
    • La "Cabaliste" es la pasión por la intriga y la competición. Fourier afirma que esta inclinación es natural en el hombre, pero que al dirigirla hacia el provecho personal el capitalismo saca lo peor de ella. En el Falansterio, el afán de competición se dirigiría hacia la formación de grupos que colaborarían para mejorar los productos creados por la sociedad.
    • Finalmente, la "Composite" se refiere a la pasión por los placeres físicos y del alma. Fourier creía que la fidelidad era contraria a la naturaleza humana y que el matrimonio parecía pensado para recompensar a los perversos. La "Composite" hacía que fuera necesario que en el Falansterio, la vida social pudiera basarse en relaciones sexuales deshinibidas, básicamente en el montaje de orgías y en la negación de la pareja como institución. De hecho, Fourier es un precusor del feminismo, pues al rechazar de plano la institución familiar daba a la mujer un papel igual al del hombre en la sociedad y, de hecho, en su sociedad existirían las guarderías.

    Como pueden ver, Fourier fue un genio que soñó con un mundo libre de ataduras falsamente morales y de un sistema general de producción. Aunque no consiguió crear ninguna Comunidad que materializara sus aspiraciones, sí que le dio una forma teórica a ese curioso objeto que es el Falansterio: una estructura única, en la que nadie dispone de habitaciones particulares: en el piso bajo viven los viejos, los niños en el entrepiso y los adultos en el primer piso. En el centro de la estructura, la Torre del Orden, con los servicios públicos, sobre todo el reloj y los medios d ecomunicación con el exterior. A partir de la torre, dos alas se despliegan, conteniendo todas las funciones productivas, sociales y residenciales, distribuidas a través de una galería que se encuentra en el primer piso. Espacios públicos y privados se alternan. La simetría del conjunto es esencial, así como la presencia de los tres patios. La autosuficiencia del conjunto es absolutamente esencial para el proyecto.

    La fundación de la utopía urbana se basa, por lo tanto, en la ruptura tanto con el mundo tradicional de la iglesia y la familia como con el incipiente sistema capitalista, puesto que ambos reprimen la satisfacción de las pasiones humanas. En su traducción espacial, la utopía pretende abolir no tanto la privacidad, que es necesaria para el contacto físico, como la estructura familiar en pos de la vida comunitaria. Éste de la comunidad/familia será un tema recurrente en todas las utopías urbanas, como verán los que sigan leyendo esta serie.

    1.1.06

    Cine/s



    "La Sonrisa de mi
    madre"
    Curso de metafísica jocosa
    en 100 min

    Descubro en DVD una de las últimas películas de Marco Bellocchio, “La sonrisa de mi madre”, cuyo subtítulo original es “L’ora di Religione”, es decir la clase de religión y eso precisamente es esta pequeña gran película, una clase de religión, o de metafísica, como quieran llamarlo.

    No se sabe mucho en España de Marco Bellocchio. Los sesentayochistas lo recordarán como un director comunista militante: su última película, “Buenos días, noche”, trata del rapto de Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas y una de sus primeras obras, “La Cina è Vicina” (China está cerca) es una obra maoísta. Otra de sus obras de juventud, “I pugni in tasca”, ya trataba la cuestión religiosa desde un punto de vista irreverente. Cuarenta años después (que se dice pronto), Bellocchio vuelve al tema, aportando un punto de vista más maduro, aunque no por ello menos beligerante.

    El protagonista es un pintor romano, ateo convencido, que se ve envuelto en los tejemanejes de su familia por hacer santa a su madre, o mejor dicho por conseguir que la Iglesia reconozca oficialmente su hipotética santidad. Muy devota, la madre fue asesinada en pleno sueño por uno de sus hijos, una especie de enfermo mental que blasfemaba compulsivamente día y noche, a pesar de sus ruegos. La familia debe demostrar que ese martirio ha tenido en efecto lugar, aunque también que la madre perdonó al hijo, pues, dice el párroco, “sin perdón no hay santidad”. Toda esta información nos llega en la segunda escena del metraje: en la primera, un niño habla en su jardín con un personaje invisible, conminándolo a que lo deje en paz. A la madre preocupada, le explica que le pide a Dios, omnipresente, que deje de observarlo para poder “vivir en libertad”.

    Y ustedes dirán, anda, hombre, que estamos en el siglo XXI. Sí, pero estamos en Roma, la Ciudad Eterna, donde el tiempo parece no pasar y el protagonista, e incluso el propio Bellocchio reacciona con escepticismo ante un mundo que parece haberse detenido en otra época, que se niega a seguir el paso del tiempo, a avanzar hacia la modernidad. No he visto “I pugni in tasca”, pero imagino cómo el joven Bellocchio se revela contra la Iglesia, contra el orden establecido, con violencia. Aquí surgen los matices. Por un lado, ya no hay rebelión, sino una sonrisa socarrona, la conciencia de que ellos se equivocan y de que el mundo y el tiempo nos han dado la razón, a pesar de todo. Por el otro, el problema aquí no está externalizado: el debate es interno, íntimo, metafísico.

    El niño que habla con Dios es el hijo del pintor, un chico con problemas. Se plantea pues la cuestión del legado. Bien, rechazamos la religión, el orden establecido, pero ¿qué proponemos? El niño necesita saber en qué cree el padre y que éste le diga que no cree en Dios no puede satisfacerle. Si quiere encontrar una respuesta para su hijo, el protagonista deberá buscar en su interior. Y así encuentra el amor. Al ir a hablar con la profesora de religión de su hijo, el pintor se encuentra con una chica preciosa, guapa y encantadora, que adora sus cuadros. Es rubia y viste de manera colorida, mientras su mujer es el arquetipo mismo de la italiana sombría, que ejecuta su papel de mujer en la sombra. La rubia, de la que se enamora al instante, le recita un poema ruso (del padre de Tarkovski), que habla de la belleza de la naturaleza y expresa la insatisfacción que le provoca: “eppure questo non basta”. No, no basta con ser hombres, con vivir físicamente: el espíritu necesita una metafísica que, además, para poder transmitirla, debe ser coherente, o en todo caso, enunciable, efable.

    En la entrega mutua de los amantes que culmina el film, parece encontrarse la respuesta: el amor, que el propio protagonista designa, como “la mejor manifestación posible de ateísmo”. Sin embargo, la película, a la manera de los cuentos filosóficos del siglo XVIII, se dedica a demostrar que existen otras vías. Una, expresada por un “loco genial”, encerrado en un manicomio junto al hermano homicida, es la vía de la destrucción (o del terrorismo): obsesionado por el Altar de la Patria, monumento gigantesco, horrible, militarista, nacionalista, el loco había decidido volarlo por los aires, pero la imposibilidad de realizar su intención le volvió loco. El hecho de que el defensor de una opción tan juiciosa esté en un manicomio dice mucho de esa sociedad. Otra opción, la opuesta, la representa un conde irreal, defensor de la restauración de una monarquía absoluta en Italia, que, ante la reacción jocosa del protagonista lo reta a un duelo al amanecer, con la cúpula de San Pedro como fondo, en defensa del honor. En un principio escéptico, el protagonista termina por acudir y se entrega a la vía de la violencia, no para defender su honor personal, sino para destruir el mundo que le ahoga y que amenaza la libertad de su propio hijo.

    Y a pesar de todo, el tono de la película, apoyado en un Sergio Castellito socarrón y genial, es ligero, impregnada de un cierto sarcasmo escéptico y a la vez de fascinación por la belleza. Pequeña gran película sobre la necesidad ontológica de la metafísica.