1.1.06

Cine/s



"La Sonrisa de mi
madre"
Curso de metafísica jocosa
en 100 min

Descubro en DVD una de las últimas películas de Marco Bellocchio, “La sonrisa de mi madre”, cuyo subtítulo original es “L’ora di Religione”, es decir la clase de religión y eso precisamente es esta pequeña gran película, una clase de religión, o de metafísica, como quieran llamarlo.

No se sabe mucho en España de Marco Bellocchio. Los sesentayochistas lo recordarán como un director comunista militante: su última película, “Buenos días, noche”, trata del rapto de Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas y una de sus primeras obras, “La Cina è Vicina” (China está cerca) es una obra maoísta. Otra de sus obras de juventud, “I pugni in tasca”, ya trataba la cuestión religiosa desde un punto de vista irreverente. Cuarenta años después (que se dice pronto), Bellocchio vuelve al tema, aportando un punto de vista más maduro, aunque no por ello menos beligerante.

El protagonista es un pintor romano, ateo convencido, que se ve envuelto en los tejemanejes de su familia por hacer santa a su madre, o mejor dicho por conseguir que la Iglesia reconozca oficialmente su hipotética santidad. Muy devota, la madre fue asesinada en pleno sueño por uno de sus hijos, una especie de enfermo mental que blasfemaba compulsivamente día y noche, a pesar de sus ruegos. La familia debe demostrar que ese martirio ha tenido en efecto lugar, aunque también que la madre perdonó al hijo, pues, dice el párroco, “sin perdón no hay santidad”. Toda esta información nos llega en la segunda escena del metraje: en la primera, un niño habla en su jardín con un personaje invisible, conminándolo a que lo deje en paz. A la madre preocupada, le explica que le pide a Dios, omnipresente, que deje de observarlo para poder “vivir en libertad”.

Y ustedes dirán, anda, hombre, que estamos en el siglo XXI. Sí, pero estamos en Roma, la Ciudad Eterna, donde el tiempo parece no pasar y el protagonista, e incluso el propio Bellocchio reacciona con escepticismo ante un mundo que parece haberse detenido en otra época, que se niega a seguir el paso del tiempo, a avanzar hacia la modernidad. No he visto “I pugni in tasca”, pero imagino cómo el joven Bellocchio se revela contra la Iglesia, contra el orden establecido, con violencia. Aquí surgen los matices. Por un lado, ya no hay rebelión, sino una sonrisa socarrona, la conciencia de que ellos se equivocan y de que el mundo y el tiempo nos han dado la razón, a pesar de todo. Por el otro, el problema aquí no está externalizado: el debate es interno, íntimo, metafísico.

El niño que habla con Dios es el hijo del pintor, un chico con problemas. Se plantea pues la cuestión del legado. Bien, rechazamos la religión, el orden establecido, pero ¿qué proponemos? El niño necesita saber en qué cree el padre y que éste le diga que no cree en Dios no puede satisfacerle. Si quiere encontrar una respuesta para su hijo, el protagonista deberá buscar en su interior. Y así encuentra el amor. Al ir a hablar con la profesora de religión de su hijo, el pintor se encuentra con una chica preciosa, guapa y encantadora, que adora sus cuadros. Es rubia y viste de manera colorida, mientras su mujer es el arquetipo mismo de la italiana sombría, que ejecuta su papel de mujer en la sombra. La rubia, de la que se enamora al instante, le recita un poema ruso (del padre de Tarkovski), que habla de la belleza de la naturaleza y expresa la insatisfacción que le provoca: “eppure questo non basta”. No, no basta con ser hombres, con vivir físicamente: el espíritu necesita una metafísica que, además, para poder transmitirla, debe ser coherente, o en todo caso, enunciable, efable.

En la entrega mutua de los amantes que culmina el film, parece encontrarse la respuesta: el amor, que el propio protagonista designa, como “la mejor manifestación posible de ateísmo”. Sin embargo, la película, a la manera de los cuentos filosóficos del siglo XVIII, se dedica a demostrar que existen otras vías. Una, expresada por un “loco genial”, encerrado en un manicomio junto al hermano homicida, es la vía de la destrucción (o del terrorismo): obsesionado por el Altar de la Patria, monumento gigantesco, horrible, militarista, nacionalista, el loco había decidido volarlo por los aires, pero la imposibilidad de realizar su intención le volvió loco. El hecho de que el defensor de una opción tan juiciosa esté en un manicomio dice mucho de esa sociedad. Otra opción, la opuesta, la representa un conde irreal, defensor de la restauración de una monarquía absoluta en Italia, que, ante la reacción jocosa del protagonista lo reta a un duelo al amanecer, con la cúpula de San Pedro como fondo, en defensa del honor. En un principio escéptico, el protagonista termina por acudir y se entrega a la vía de la violencia, no para defender su honor personal, sino para destruir el mundo que le ahoga y que amenaza la libertad de su propio hijo.

Y a pesar de todo, el tono de la película, apoyado en un Sergio Castellito socarrón y genial, es ligero, impregnada de un cierto sarcasmo escéptico y a la vez de fascinación por la belleza. Pequeña gran película sobre la necesidad ontológica de la metafísica.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hace algunos meses vi la película que comentas. Saqué el DVD atraído por Bellocchio que para mi generación fue una referencia imprescindible. Hacía tiempo que no veía nada de él, la película me interesó, aunque quizás muy discursiva, pero en el fondo muy Bellocchio. No conozco a fondo la realidad de la Italia actual y no entendí algunas claves que aclaras en tu comentario. Qizás tampoco las entendí en "I pugni in tasca" o en "la Cina e vicina", pero todo aquello sonaba a revolucinario y el contexto de la España de entonces era mas que suficiente para amar las películas de Bellocchio. Me gustaría ver la del asesinato de Aldo Moro, si la ves en los videos dímelo. Me interesa ese asunto que tanta importancia ha tenido en la evolución de la Italia de las últimas décadas, y posiblemente tanto influyó en la evolución de los movimientos de inzquierda en Europa.