¿Qué es el deseo? ¿Cómo concebimos el sexo? ¿Es el romanticismo una forma más auténtica de concebir las relaciones interpersonales que la pornografía? ¿No son ambos una fabricación del deseo a través de imágenes, de signos? He aquí una película que habla de todo eso y mucho más, sin pretensiones, a tavés del humor sin complejos, de números musicales propios de la primera movida madrileña. Y sin embargo, también es un estudio despiadado de la sordidez de las relaciones humanas.
"El sabor de la Sandía" es la nueva película de Tsai Ming-Liang, un director malayo instalado en Taiwan que los festivales internacionales descubrieron hace unos diez años, pero que nunca había conseguido estrenar una película en España. Es uno de los nombres más importantes del cine asiático actual, que nos da las mejores sorpresas desde hace ya unos años. Y ésta es de talla.
El primer hallazgo es el contexto: en medio de una sequía interminable, los taiwaneses recurren a las sandías para saciar su sed. Superando el estatus de simple alimento, se convierten en un instrumento de relaciones personales: ofrecer, para compartir, una sandía bien roja y bien gorda equivale a ofrecer sexo puro. De esa transformación social del objeto en signo nos enteramos por la televisión, a la vez que una solitaria chica que, encerrada en su casa, consume sandía con avidez. Tan sólo un piso por debajo, un chico realiza una escena porno: se acerca a una enfermera tumbada, con una sandía entre las piernas, la chupa haciéndola gozar, para acto seguido perforarla con los dedos, una y otra vez, con violencia, hasta provocarle un orgasmo.
Pero no crean, la imaginación de Tsai no está desbocada, sino perfectamente controlada. Estas escenas, a las que seguirán números musicales que reflexionan sobre el cliché, una relación amorosa inconclusa y toda una serie de ocurrencias a cual más sorpredente, construyen progresivamente una brillante y sólida parábola sobre la imposibilidad de ver al otro a través del amor.
Tsai establece rápidamente el significado de los símbolos:
- la sandía es el sexo brutal, eyaculatorio y pornográfico, a la occidental: el deseo de penetrar y ser penetrada/o
- el agua, ese bien escaso, es el romanticismo el deseo de amar y ser amado, que se manifiesta principalmente a través de las magníficas escenas musicales
- los pies son el sexo a la oriental, el de la caricia paciente y el orgasmo continuo
Así, entre él y ella, Tsai establece un equívoco propio de la comedia burlesca pasada por el baño del surrealismo: ella quiere comer sandía con él, mientras que él (que ya ha tenido suficiente porno) quiere chuparle los pies. En ninguno de los dos casos, el objeto de deseo es el otro, sino el objeto que simboliza el deseo, el signo. La escena final, que se construye lentamente como una larga metáfora (la chica inconsciente es la carne en estado puro, el cuerpo; las azafatas del cartel de China Airlines son un modelo que Taïwan puede seguir, otra imagen que explique qué significa ser mujer), lleva a un climax tan desternillanete como desconsolador donde pornografía y romanticismo se cruzan. A nosotros, espectadores boquiabiertos, nos puede parecer vomitivo, pero el hecho es que el contacto entre ellos tiene al fin lugar en una relectura brillante del beso final de las peliculillas americanas.
Una película gozosa, sin duda.
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