Pekín, año menos uno.
Hace una semana, Misara y yo volvimos a una zona de Pekín que habíamos visitado unos meses antes y nos había dejado estupefactos. En el centro de la capital, entre la Plaza de Tiananmen, al norte, y el Templo del Cielo, al sur, kilómetros cuadrados de barrios tradicionales, los "hutong", están siendo derruidos en masa para ser reemplazados por centros comerciales, hoteles y torres modernas de viviendas, como ésta en la que vivo. Según he oído decir, este barrio popular se formó a lo largo de los siglos, al sur de la puerta de Tiananmen, por la acumulación de gente que vivía de la cercanía del emperador, amurallado en la Ciudad Prohibida, a la que se sumaban los visitantes venidos de toda China, que podían esperar durante meses obtener una audiencia con el propio emperador o algún alto cargo a su servicio.
Los "hutong" corresponden en apariencia a la idea encantadora que se puede hacer un turista de Pekín: largas calles estrechas y silenciosas, recorridas por una vida lenta y apacible, de vecinos de toda la vida, formando una modesta cuadrícula en el interior de inmensas manzanas, bordeadas por anchas avenidas, donde reina el ruido de los motores y de los cláxones. Sin embargo, al meter la cabeza por alguna de las entradas colectivas, que llevan a varias casas a la vez, uno no puede menos que sentir tristeza, si no repulsión, por las condiciones de vida en que viven los habitantes de los encantadores "hutong": literalmente hacinadas en escasos metros cuadrados, familias enteras malviven sin agua corriente, sin calefacción ni refrigeración, en medio de la suciedad y el polvo, en casas (por llamarlas de alguna manera) apenas preparadas para el rudo invierno del norte de China. La insalubridad campa a sus anchas. Es posible que la revolución comunista tenga algo que ver: antes, una parte del espacio estaba ocupado por casas tradicionales, los Siheyuan, amplias, en los que vivían familias de potentados, en tres o cuatro pabellones dispuestos alrededor de un patio común. Con la expulsión de lo señoritos y la colectivización, el espacio ha ido dividiéndose en mitades, cuartos, octavos, dieciseisavos... hasta llegar a la fragmentación actual, una materalización pesadillesca del sueño del reparto equitativo de las propiedades: una más.
Unos cientotreinta años después de que Haussman destrozara sistemáticamente el París medieval para trazar con regla anchas avenidas por la que el tráfico pudiera fluir y en las que se pudiera controlar al agitado pueblo parisino, setenta después de que Mussolini destrozara otro barrio medieval al sur del Capitolio para hacer emerger los restos de la antigüedad que subrayaran la línea histórica que unía a la antigua Roma con el fascismo, Pekín está realizando su propio "sventramento", siguiendo la ley de hoy, la única que vale: la del mercado. Pueden decirle ustedes a los plutócratas del Partido en la municipalidad de Pekín que los "hutong" son el máximo activo turístico de la ciudad, que su conservación es una cuestión de memoria histórica, las cifras siempre ganarán: para qué dejar que sigan malviviendo unos pocos miles de chinos sobre terrenos por los que cualquier promotor pagaría una fortuna, puesto que sobre cada metro cuadrado construirá veinte, treinta, cuarenta pisos de lujo.
Pero en esto, como en todo, hay que distinguir entre clases. Los terrenos más cercanos a Tiananmen, han merecido una atención particular y, sobre los escombros de los "hutong" se construirá un dédalo de casas tradicionales chinas, de apenas cuatro pisos, nuevecitas, pero con techo en forma de pagoda, bordeadas de calles adoquinadas y que serán restaurantes, hoteles y tiendas de lujo. Un amigo francés me comentaba que había conocido al "hijo de puta" de su compatriota responsable de esta atrocidad: un promotor francés que se enorgullecía de defender el "patrimonio arquitectónico chino" (a la derecha, en el link al blog Un Oeil sur la Chine podeis encontrar un post al respecto). Más al sur, en cambio, cerca del Templo de Cielo, las torres se elevarán como champiñones.
A esta última zona nos dirigimos Misara y yo. En un "hutong" aún en pie, hablamos con algunos habitantes: dentro de cinco meses, se van a una casa, lejos, muy lejos, pero nueva y grande, mejor que aquí, me dicen. Después, nos dirigimos al campo de escombros que veis en las fotos. Un barrio entero derruido. Aquí y allá, las baldosas de una casa siguen ahí, algunos muros incongruentes que no acogen sino desolación, una fuente inopinada de agua escupe un chorrillo constante. Una casa sola sigue en pie, hay incluso luz en su interior. La gente de la zona sigue usando el antiguo barrio como lugar de paso, algunos hombre merodean a la búsqueda de objetos útiles en medio de los escombros, algo que se puedan llevar en su carrito sobrecargado y vender a alguien, algún día.
Ellos también desaparecerán, como el mercado callejero que bordea las ruinas, como la memoria de los siglos acumulados en aquellos "hutong", todo desparecerá en el deseo de tienen esta ciudad y este país de desembarazarse de un pasado gris para abrazar el futuro, a toda prisa, al ritmo de las excavadoras.
Las fotos que aquí veis las hizo Misara aquel día. Si quereis ver más, visitad su blog de fotos, La Pupila al Rojo:
http://lapupilaalrojo.blogspot.com
4.3.07
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