La relación entre el cine documental y el de ficción ha dado mucho que hablar a lo largo del tiempo, pero pocos autores han sabido encontrar soluciones realmente originales. A mí, personalmente, me ha sorprendido que el realizador chino Jia Zhang Ke se sume a esta lista ilustre de innovadores con su última película, "24 City".
Cineasta potente, considerado por algunos ciritcos influyentes como uno de los mejores cineastas en activo, Jia no me acababa de hechizar. Su estética de largos planos-secuencia me resulta hipnótica y él la realiza con sabiduria y un ojo infalible: es, sin duda, el director que mejor ha captado las posibilidades estéticas de un país en pleno cambio permanente, en el que basta plantar la cámara en plena calle con los ojos cerrados para captar toda la belleza de un mundo en movimiento. Sin embargo, en cuanto al contenido, Jia siempre me ha parecido un poco corto de mensaje, algo simplón en el fondo. Sus técnicas narrativas tienden a ser repetitivas y previsibles, de modo que sus planos destilan verdad, pero la historia que cuentan no resulta convincente. Por eso, disfruté mucho viendo la que muchos consideran su obra maestra, "Platform", pero no tuve la sensación de llevarme ninguna idea precisa de ella,
más allá del placer estético.
Pero los años no pasan en valde para la gente con talento: Jia ha madurado y su mensaje se va enriqueciendo a base de matices y de profundidad. Para "24 City", creo haber entendido que el objetivo inicial era hacer un documental que guardase la memoria de un complejo industrial que estaba siendo destruído en la ciudad de Chengdu, en Sichuán, para dejar su lugar a un complejo residencial de lujo, llamado "24 City". Se trataba de una de esas inmensas unidades de producción comunistas, donde la gente no sólo trabajaba, sino que residía, compraba la comida, iba al colegio y practicamente podía hacer toda su vida sin salir de allí. Los hijos, por supuesto, estaban más o menos destinados a trabajar a su vez allí.
La película alterna magníficos planos de la destrucción progresiva del lugar y la construcción de los nuevos edificios, con entrevistas de plano fijo (pero planos bien pensados, bellos, con el entrevistado bien contextualizado), sin olvidar algunas escenas de la vida cotidiana de la gente.
El resultado es el cambio social y económico de un país atrapado en carne viva, con los puntos de vista de tres generaciones disntintas y un énfasis particular en su relación con el trabajo manual y repetitivo de una fábrica, ese tipo de trabajo que las últimas generaciones rechazan de plano.
La innovación consiste en la mezcla de entrevistas reales con otras interpretadas por actores profesionales y reconocibles. La impresión es que Jia había acumulado horas y horas de entrevistas, pero en muchos casos se debía de sentir frustrado por la fragmentación del mensaje, que no le permitía crear la intensidad emocional que sin duda buscaba. Ni corto ni perezoso, decidió retomar las transcripciones de algunas entrevistas para reescribirlas en forma de guión y entregárselas a actores. Lo más osado es sin duda la elección de Joan Chen, quizás la primera actriz china que se hizo famosa a nivel internacional, para interpretar a una obrera retirada a la que llamaban en la fábrica "pequeña flor", por su gran parecido con un personaje del mismo nombre de una película de aquella época que interpretaba... Joan Chen.
Película de altos vuelos, intensa, interesante, llena de fuerza visual y narrativa. Ver "24 City" es tomarle el pulso a la China actual.
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