18.1.09

"La Guerra de Charlie Wilson" y "Waltz with Bashir": cine de naciones en guerra permanente.

¿En qué se parecen dos películas tan distintas como "La guerra de Charlie Wilson", de Mike Nichols (y Aaron Sorkin) y "Waltz with Bashir" (flamante vencedora del Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa) de Ari Folman? Bueno, en principio en casi nada. Pero como las vi anoche de una tacada, he pensado que podría comentarlas en un único post. Además, hurgando un poco, aparecen inquietantes parecidos, ya vereis.


Yo diría que "La Guerra de Charlie Wilson", que goza de la presencia de un trío de actores famosos, Tom Hanks, Julia Roberts y Philip Seymour Hoffman, es más una película de Aaron Sorkin, el creador de "El ala Oeste de la Casa Blanca", que de Mike Nichols, el director de "El Graduado". La realización es correcta, con un buen ritmo y un gran sentido del humor, pero en conjunto la película parece un episodio alargado de una de esas nuevas series de televisión, como precisamente "El ala Oeste...", aunque eso se debe en buena medida a que las series de televisión americanas han ido inflando sus presupuestos y sus ambiciones, de modo que la frontera con una buena parte del cine que se hace en Hollywood, se ha hecho borrosa. Aquí, como en una serie de televisión, el director no es ni mucho menos la figura importante: lo importante es la idea, el concepto y eso viene de Sorkin. Se trata de la historia real de un congresista por Texas, un político de segunda fila, simpático y aparentemente inofensivo, que en los años ochenta, consiguió que Estados Unidos se implicase de manera encubierta en la guerra de Afganistan, facilitando armas a los Muyahidines para que puedan tirar al suelo los helicópteros y aviones soviéticos que están destruyendo sus pueblos y exterminando a sus familias. Fue la última de las guerras indirectas en Estados Unidos y la URSS, una guerra que los soviéticos perdieron estrepitosamente gracias a ese congresista cachondete y graciosillo. Es la historia secreta de un gran triunfo americano.

La peli, como digo, es agradable de ver, divertida y descubre muchas cosas sobre cómo funciona realmente el aparato político americano. Lo que me resulta extraño es que parece celebrar la gran empresa del Sr. Wilson, un hombre que metió a Estados Unidos en una guerra no declarada, usando su presencia en el sub-comité de Defensa para aumentar los créditos en una partida secreta (es decir, que ni los periodistas ni el público podían saber para qué se estaban usando) que alcanzó los mil millones de dólares, para enviar armas a los mujaidín afganos, todo ello en nombre del odio hacia los soviéticos, la defensa de la libertad y la democracia en el mundo. Todos sabemos lo que ocurrió en ese país cuando los soviéticos se retiraron y cómo el polvorín que el Sr. Wilson creó acabó volviéndose en contra de Washington y forzándoles a invadir ellos mismos el país en 2001, y no en nombre de la libertad y la democracia, sino de la auto-defensa.

En un bonus que acompaña a la peli en el dvd, se puede ver al auténtico Charlie Wilson visitando repetidamente Afganistán, celebrando que aquella buena gente tuviera armas para defenderse e incluso a un cierto punto disparando una de esas armas anti-helicópteros al aire, arma que le fue regalada por los mujaidín y que él colgó en su despacho de Washington. Para acabar de dignificar al personaje, Sorkin no se olvida de dedicar al final del metraje unos minutos a la preocupación de Wilson por la posguerra en el país: en una escena, se le ve pidiendo un millón para una simple escuela para que el país se pudiera reconstruir y no ocurriese lo que ha acabado ocurriendo. Nadie le escuchó, pero él fue íntegro hasta el final.

Esta película me deja pensando en la enormes diferencias culturales entre Europa y Estados Unidos. Nosotros, los venusianos, odiamos la guerra y jamás se nos ocurriría celebrar a un personaje como Charlie Wilson dedicándole una película básicamente elogiosa. Los americanos, que viven en Marte, consideran la guerra como algo necesario e inevitable. Para ellos, lo importante es saber elegir tus guerras, eso es lo que distingue a los liberales como Sorkin, Nichols, Hanks y Roberts de los extremistas como Bush.


"Waltz with Bashir" de Ari Folman es otra historia, una película original y compleja, sutil e inquietante de principio a fin. Para empezar, es un documental animado. Una película de animación en la que muchos de los personajes que aparecen son personas reales, con nombres y apellidos haciendo declaraciones reales. Una elección extraña, sin duda: intentar mostrar la realidad a través de dibujos. La razón es sencilla: es una película en buena medida autobiográfica, en la que el director intenta recuperar sus propios recuerdos como soldado en la guerra de Líbano de 1982, más de veinte años después. En esta recuperación, una serie de sueños y recuerdos borrosos juegan un papel fundamental y recrearlos a través del dibujo es el mejor modo de transmitirlos al espectador, dando como resultados un buen puñado de secuencias fascinantes. Folman podría haber hecho una película híbrida, con las escenas imaginarias y reconstruidas en animación y las declaraciones de personas reales en imagen real, pero ha optado por la unidad estilística y creo que con razón, puesto que eso confiere a los sueños y recuerdos un cierto aire realista.



El meollo de la película es el intento por parte de Forman de recuperar sus recuerdos personales sobre la masacre de Sabra y Chatila. Un grupo de cristianos falangistas libaneses entraron en estos dos campos de refugiados palestinos, custodiados por el ejercito israelí, supuestamente para sacar a los "terroristas" de la OLP, y masacraron a un número indeterminado de civiles. Un año más tarde, una comisión parlamentaria israelí determinó una "responsabilidad indirecta" del ejercito en la masacre y obligó a Ariel Sharon a dimitir de su cargo de ministro de Defensa, si bien éste se mantuvo como ministro sin cartera en aquel gobierno y fue más tarde elegido primer ministro, como todos sabemos. Según parece, el propio Sharon fue quien ofreció a los cristianos falangistas que entraran en los campos e hicieran el trabajo sucio de diferenciar a los "terroristas" de los civiles, y ello apenas horas después de que el líder de los falangistas libaneses, el Bashir del título, fuera asesinado, probablemente por los palestinos. La sed de venganza era evidente.

No sé si se podría llegar a decir que la sociedad estadounidense, ebria del poder de la guerra, es una sociedad enferma, pero la película de Forman, nos recuerda que la israelí lo es. La amnesia de Forman es, por supuesto, amnesia colectiva. Es un país que no quiere recordar. No podría ser de otro modo: es un país fundado por la violencia en un medio hostil en el que cada generación sin excepción ha conocido varias guerras. Al mismo tiempo, es un país moderno, con sus universidades, su alto nivel de vida y su sistema democrático. La película muestra a esos jóvenes urbanos, educados como tú y como yo, en la comodidad y en la cultura de masas, que aspiran a un título universitario y un buen trabajo de oficina, y que de repente deben salir en un tanque a matar a palestinos. Una doblez insoportable.



Mostrando, como muestra, la guerra en toda su crudeza, las ráfagas indiscriminadas de tiros por parte de jóvenes urbanos aterrorizados, me resulta extraño que el film se concentre en la masacre de Sabra y Chatila y en establecer la complicidad de Israel con los falangistas. En un par de secuencias, Folman muestra una versión imaginaria de la vida cotidiana de un soldado israelí en plena guerra de Líbano: pegando tiros sin ton ni son, matando a vejetes que pasan por ahí, en imágenes de un humor negro espeluznante. Creo que el propio Folman, tan metido como está en la lógica de la guerra, ni siquiera se da cuenta de que todo es una masacre, que Sabra y Chatila no son más que un episodio particularmente negro en una guerra de locos. El resto no está ni más ni menos justificado.

Dos películas nacidas de naciones en guerra permanente, difíciles de tragar para un europeo.

1 comentario:

TVD dijo...

我爱你的头脑