La verdad, no sé qué hacer con Fassbinder.
Me refiero a su herencia creativa, por supuesto. Lo que hemos heredado de los grandes directores europeos modernos, como Godard, Antonioni o Bergman, está realtivamente claro. Esto es incluso cierto para algunos de los miembros de la generación de Fassbinder, como Wenders o Schlöndorff , pero el caso de este personaje excesivo es distinto. Fassbinder murió a los 37 años a causa de una mezcla imprudente de drogas, dejando tras de sí una filmografía de 40 películas realizadas en tan solo 15 años, un reguero de amantes de ambos sexos y de todos los colores e incluso un suicidio pasional.
En su momento, es decir en los años setenta, Fassbinder fue un verdadero fenómeno en los círculos intelectuales del mundo occidental, siempre en el centro de la polémica, aireando su impulsiva vida privada y tratando en la pantalla los temas más difíciles para el conservadurismo de la época. Y sin embargo, hoy Fassbinder ha caído en un semi-olvido, una especie de purgatorio del que parece difícil que salga pronto.
No conozco bien su filmografía, pero la película suya que más me ha gustado es "El matrimonio de Maria Braun" (1979), una obra histórica sobria y certera, que muestra simbólicamente el coste humano de la posguerra alemana, la basura moral que se esconde tras el milagro alemán. "Las lágrimas amargas de Petra Von Kant" (1972) es su reverso: una película excesiva, histriónica, antinaturalista y sacada de contexto histórico. Una especie de cuento moral en un huis-clos femenino asfixiante.
La película transcurre en varias secuencias en el dormitorio de la protagonista, diseñadora de moda de éxito, divorciada, calculadora y lesbiana. Acompañada siempre por una inquietante asistente, recibe la visita de una amiga burguesa y conformista, se enamora perdidamente de una chica de clase baja que quiere ser modelo, es explotada por ella y acaba montando un numerito patético de amante despechada delante de su amiga, su hija y su madre el día de su cumpleaños.
Fassbinder se obsesiona por las posibilidades estilíticas que le ofrece el espacio en que ha decidido crear la acción: planos de espejos, zooms, simetrías... tanto que las actrices, obligadas a respetar las marcas, apenas tienen movilidad y se ven forzadas a desplazarse con la mayor falta de naturalidad. Bien es cierto que esta antinaturalidad le viene a Fassbinder de sus años de formación en el teatro y de su filiación brechtiana, pero el resultado aquí es catastrófico: para seguir la trama, el espectador necesitaría sentir algo de compasión por Petra Von Kant y toda esta antinaturalidad nos lleva a verla como un bicho raro.
El vestuario de la película casi merecería ser objeto de una tesis. Es tan estrafalario, tan desfasado y tan incómodo que resulta realmente incomprensible. Por ejemplo, este modelo estilo Cleopatra con collar de perrito dorado no tiene desperdicio. en segundo plano, pueden observar cómo la propia Petra se ha endosado un vestido que no le permite separar los pies más de cinco centímetros, haciéndola caminar con un estilo que provocaba carcajadas entre el muy serio público de la Cinematek de Bruselas. Sin olvidar el modelito de colegiala kitsch de la hija de Petra, que podeis ver en el video.
Esa hilaridad que provoca lo artificioso del conjunto se extiende hasta sus pastos dramáticos, de modo que la explosión de rabia final es acogida en el público actual con una carcajada de risas. De verdad, por un momento tenía la impresión de estar viendo un sketch de Martes y Trece basado en una escena de Almodóvar.
En todo caso, la película tuvo el mérito de tratar temas polémicos con gran precocidad. También cuenta con unos cuantos momentos potentes, como cuando Petra explica a su amiga su progresivo distanciamiento de su marido y cómo acabó sintiendo asco por los hombres, mientras su amiga, la burguesa, acepta que la felicidad femenina se consigue sólo pagando el precio de la sumisión. El hilo narrativo de la película, de hecho, es cómo Petra acaba reproduciendo, en su relación con su amante, el comportamiento masculino que tanto desprecia, una visión de la homosexualidad femenina que le ha canjeado a Fassbinder no pocas críticas desde el feminismo.
Sin embargo, como he dicho, uno no sabe muy bien c ómo percibir la herencia que nos ha dejado este alemán indomable. Sólo un nombre me viene a la mente, y no un nombre menor: Almodóvar. La filiación entre Douglas Sirk, Fassbinder y el manchego está más que clara. Por fortuna, Almodóvar tiene más sentido del humor.
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